Los z(s)apatos(z) de Van Gogh
Espinasa, José María, Al sesgo de su vuelo, 60 pp., Ediciones Sin Nombre, México, 2009.
fffffDos versos de Rainer Maria Rilke brillan casi al inicio de sus Elegías Duinenses: Denn das Schöne ist nichts / als des Schrecklichen Anfang, den wir noch grade ertragen: Pues lo bello no es más / que el principio de lo terrible que aún soportamos. Versos éstos, plenos de paradoja, nos disponen ante la instauración de la presencia, en ese límite donde se funden la belleza y el vacío, el grito y el silencio, el brillo y la oscuridad.
fffffNo equivoco al afirmar que Al sesgo de su vuelo, de José María Espinasa, está escrito en la intuición de tal frontera, y busca llevar al lector a ese instante, donde hace un giro la percepción de lo que existe y uno queda ante las cosas y los seres vivos en otro plano de vuelo.
fffffLos poemas que se incluyen en Al sesgo de su vuelo se caracterizan por su brevedad, su ironía y por esa clara raíz paradojal de la que se nutren. Ponen en marcha al poemario motivos que comparten un rasgo particular, son seres que asombran por lo inasible de su presencia, río que nunca es el mismo río: Van Gogh, una adolescente, el actor de teatro, el búho, el murciélago. Son aquellos desterrados de la arcadia de la belleza que, sin embargo, abren paralajes en nuestra mirada, que a la vez, es la suya propia:
fffffffffffffEl murciélago no es sólo una contradicción estética,
fffffffffffffes una paradoja física:
fffffffffffffal vuelo le está vedada la fealdad.
La fractura de la veda se abre en la paradoja, en la potencia del vuelo, desde el que palabra y poema abren un sesgo en la contemplación.
fffffDividido en cuatro secciones, de las cuales las tres últimas pueden considerarse unidades poéticas o poemas, el libro discurre entre los seres mencionados, mientras se abre ante nosotros lo complejo de sus formas. En «Partículas elementales», sección inicial, Espinasa se pregunta sobre la capacidad de nombrar, desde una posible palabra precisa, una obra, un momento, un personaje. Esto se hace evidente en el primer poema, «Los zapatos de Van Gogh», donde se propone un cambio ortográfico que altera y contiene la posibilidad de una imagen: no se habla de una de sus obras «Los zapatos», sino en efecto, de zuz sapatos; pareciera que la palabra es capaz de someter a una fijeza a lo existente, sin embargo, la última línea del mismo poema precisa «Van Gogh en cambio / se escribe como quieras»; con lo cual quedan establecidos los referentes del autor: dialogar con aquellos seres que escapan al rotundo nominalismo, encontrar sus filos y renglones oscuros, sus batallas elípticas por anunciarse en una belleza terrible que no es la perfección canónica, como enuncia el poema «Adolescente»:
fffffffffffffCorre por el parque
fffffffffffffajena a todo lo que nubla su presencia,
fffffffffffffluz que brota ya oscurecida
fffffffffffffpor su propia aparición.
fffffffffffffForma de la belleza
fffffffffffffes la antítesis de lo perfecto.
fffffffffffffEn ella se mezclan realidad y promesa,
fffffffffffffmomento ideal de la mirada.
Entonces la mirada, el oído afinado, la fuerza de la voz que calla antes que enunciar, son estandartes de una sensibilia que busca más allá, que se quiere más que un mero portavoz de lo mediano, y que aspira, no ya a compartir, sino al menos sostener, ese sesgo en el cual las categorías de la percepción se derrumban: ahí y sólo ahí, florecerá la presencia, entre la soledad del búho, la desproporción de la fealdad, en la asfixia del actor que no puede decir pues no recuerda. El búho y su vista exacerbada lo confirman:
fffffffffffffAbre más sus ojos
fffffffffffffsorprendido el búho
fffffffffffffde que no te deslumbre.
fffffffffffffY cierras los tuyos
fffffffffffffcomo una rendida reverencia.
*
fffffffffffffEs que no sabe
fffffffffffffque quieres mirar
fffffffffffffa través suyo
ffffffffffffflas infinitas sílabas
fffffffffffffde la soledad.
La mirada que hurga aquellas infinitas sílabas, contiene en sí la potestad del milagro, que trasciende la fácil contemplación estética y hurga en el amor, principio al fin, de aquello que Rilke intuyó como terrible:
fffffffffffffEnamorarse de lo hermoso
ffffffffffffffue un juego cumplido
fffffffffffffen la última pluma
fffffffffffffarrebatada al vuelo.
fffffffffffffPero el amor siguió
fffffffffffffy supo entonces que allí
fffffffffffffestaba el milagro
fffffffffffffde la vida.
El murciélago entonces, jinete del relámpago, animal carente de plumas, despojado de ellas por el cánon, entiende del amor,milagro de la vida que es, al mismo tiempo, heraldo de la muerte de todas las presencias finitas, como la del búho, la del hombre, la de la palabra misma: la vida que celebra —por cierto— la muerte de la palabra, es la ironía.
fffffffffffffPrimero fue el verbo,
fffffffffffffdespués el buitre.
fffffffffffffPor eso lo llaman zopilote.
fffffffffffffY come carne de muerto,
fffffffffffffplanea y no mueve las alas.
fffffffffffffNo tiene mirada, sólo olfato
fffffffffffffy fosas nasales en lugar de ojos.
Con «Al sesgo de su vuelo», José María Espinasa reafirma y continúa su propuesta, peculiar y distintiva en el horizonte de la poesía mexicana.
Espinasa, José María, Al sesgo de su vuelo, 60 pp., Ediciones Sin Nombre, México, 2009.
fffffDos versos de Rainer Maria Rilke brillan casi al inicio de sus Elegías Duinenses: Denn das Schöne ist nichts / als des Schrecklichen Anfang, den wir noch grade ertragen: Pues lo bello no es más / que el principio de lo terrible que aún soportamos. Versos éstos, plenos de paradoja, nos disponen ante la instauración de la presencia, en ese límite donde se funden la belleza y el vacío, el grito y el silencio, el brillo y la oscuridad.
fffffNo equivoco al afirmar que Al sesgo de su vuelo, de José María Espinasa, está escrito en la intuición de tal frontera, y busca llevar al lector a ese instante, donde hace un giro la percepción de lo que existe y uno queda ante las cosas y los seres vivos en otro plano de vuelo.
fffffLos poemas que se incluyen en Al sesgo de su vuelo se caracterizan por su brevedad, su ironía y por esa clara raíz paradojal de la que se nutren. Ponen en marcha al poemario motivos que comparten un rasgo particular, son seres que asombran por lo inasible de su presencia, río que nunca es el mismo río: Van Gogh, una adolescente, el actor de teatro, el búho, el murciélago. Son aquellos desterrados de la arcadia de la belleza que, sin embargo, abren paralajes en nuestra mirada, que a la vez, es la suya propia:
fffffffffffffEl murciélago no es sólo una contradicción estética,
fffffffffffffes una paradoja física:
fffffffffffffal vuelo le está vedada la fealdad.
La fractura de la veda se abre en la paradoja, en la potencia del vuelo, desde el que palabra y poema abren un sesgo en la contemplación.
fffffDividido en cuatro secciones, de las cuales las tres últimas pueden considerarse unidades poéticas o poemas, el libro discurre entre los seres mencionados, mientras se abre ante nosotros lo complejo de sus formas. En «Partículas elementales», sección inicial, Espinasa se pregunta sobre la capacidad de nombrar, desde una posible palabra precisa, una obra, un momento, un personaje. Esto se hace evidente en el primer poema, «Los zapatos de Van Gogh», donde se propone un cambio ortográfico que altera y contiene la posibilidad de una imagen: no se habla de una de sus obras «Los zapatos», sino en efecto, de zuz sapatos; pareciera que la palabra es capaz de someter a una fijeza a lo existente, sin embargo, la última línea del mismo poema precisa «Van Gogh en cambio / se escribe como quieras»; con lo cual quedan establecidos los referentes del autor: dialogar con aquellos seres que escapan al rotundo nominalismo, encontrar sus filos y renglones oscuros, sus batallas elípticas por anunciarse en una belleza terrible que no es la perfección canónica, como enuncia el poema «Adolescente»:
fffffffffffffCorre por el parque
fffffffffffffajena a todo lo que nubla su presencia,
fffffffffffffluz que brota ya oscurecida
fffffffffffffpor su propia aparición.
fffffffffffffForma de la belleza
fffffffffffffes la antítesis de lo perfecto.
fffffffffffffEn ella se mezclan realidad y promesa,
fffffffffffffmomento ideal de la mirada.
Entonces la mirada, el oído afinado, la fuerza de la voz que calla antes que enunciar, son estandartes de una sensibilia que busca más allá, que se quiere más que un mero portavoz de lo mediano, y que aspira, no ya a compartir, sino al menos sostener, ese sesgo en el cual las categorías de la percepción se derrumban: ahí y sólo ahí, florecerá la presencia, entre la soledad del búho, la desproporción de la fealdad, en la asfixia del actor que no puede decir pues no recuerda. El búho y su vista exacerbada lo confirman:
fffffffffffffAbre más sus ojos
fffffffffffffsorprendido el búho
fffffffffffffde que no te deslumbre.
fffffffffffffY cierras los tuyos
fffffffffffffcomo una rendida reverencia.
*
fffffffffffffEs que no sabe
fffffffffffffque quieres mirar
fffffffffffffa través suyo
ffffffffffffflas infinitas sílabas
fffffffffffffde la soledad.
La mirada que hurga aquellas infinitas sílabas, contiene en sí la potestad del milagro, que trasciende la fácil contemplación estética y hurga en el amor, principio al fin, de aquello que Rilke intuyó como terrible:
fffffffffffffEnamorarse de lo hermoso
ffffffffffffffue un juego cumplido
fffffffffffffen la última pluma
fffffffffffffarrebatada al vuelo.
fffffffffffffPero el amor siguió
fffffffffffffy supo entonces que allí
fffffffffffffestaba el milagro
fffffffffffffde la vida.
El murciélago entonces, jinete del relámpago, animal carente de plumas, despojado de ellas por el cánon, entiende del amor,milagro de la vida que es, al mismo tiempo, heraldo de la muerte de todas las presencias finitas, como la del búho, la del hombre, la de la palabra misma: la vida que celebra —por cierto— la muerte de la palabra, es la ironía.
Kazuho Ohno, maestro del teatro Butoh
fffffEl tono poético es sostenido a lo largo del libro, y se construye en el diálogo intertextual entre página y página, que confirma o cuestiona cada una de las afirmaciones anteriores del verso, dando con ello una brillantez dialéctica a las secciones-poema. Sin estridencias formales, Espinasa da cuenta de una voz madura y lograda, conocedora y cómplice en todo momento de sus recursos, que apuesta por la concisión y la pulcritud antes que el fárrago o la letanía, tan recurrentes en nuestro medio y que, en muchas ocasiones, poca o nula revelación incorporan. Lo original de esta búsqueda consiste en afirmarse desde sí misma, en dialogar de tú a tú con aquello a lo que pretende enfrentarse o afinar, y encontrar ahí su veta propia; recurriendo a motivos plenamente occidentales, sin temor a abordarlos desde la concreción, la paradoja y por supuesto, la ironía —registros que son tangentes en más de una ocasión a lo oriental—; tal ingrediente irónico se cataliza en el último poema, que es a la vez testamento y culmen del libro, en el cual, desde el vuelo rapaz del zopilote, entendemos que la voz poética duda de lo dicho, que no afirma ni sentencia, y sí en cambio nos comparte la verdad de lo incierto, que no acepta certidumbres o destierros, y que entiende con claridad su finitud y su posibilidad de diluirse o ser objeto de rapiña: he ahí que, parafraseando al poeta alemán, lo terrible es el principio de lo bello que no podremos y quizá no deseamos, soportar:
fffffffffffffZOPILOTEANDO
fffffffffffffZOPILOTEANDO
fffffffffffffPrimero fue el verbo,
fffffffffffffdespués el buitre.
fffffffffffffPor eso lo llaman zopilote.
fffffffffffffY come carne de muerto,
fffffffffffffplanea y no mueve las alas.
fffffffffffffNo tiene mirada, sólo olfato
fffffffffffffy fosas nasales en lugar de ojos.
Con «Al sesgo de su vuelo», José María Espinasa reafirma y continúa su propuesta, peculiar y distintiva en el horizonte de la poesía mexicana.
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