sábado, octubre 01, 2011

La hoja fresca entre la hierba que arde



Éste es el vínculo para la reseña del libro de Juan José Macías, La expansión de las cosas infinitas, que apareció en la Revista Crítica de la B.U. A. P., en su número 145:

http://revistacritica.com/vigilia/la-expansion-de-las-cosas-infinitas-de-juan-jose-macias/


El texto es el siguiente:

La hoja fresca entre la hierba que arde.

Macías, Juan José, La expansión de las cosas infinitas, Mantis Editores/Selo Sebastiao Grifo, Guadalajara, 2010

La actualidad de la poesía escrita en México sostiene cuando menos dos polos estéticos desde los cuales se reflexiona y delinean horizontes, sesgos peculiares ante el canon o tradición nacional. No se trata de dogmas suscritos a pie juntillas, pero alrededor de estos polos se trazan zonas de coincidencia entre comunidades de autores. Haciendo a un lado la reflexión erosiva del concepto de tradición, acotaré someramente la naturaleza de los polos estéticos a los que me refiero.

Por un lado, existe una amplia zona que considera que el poema, ante todo, debe ser un registro de impecables hechuras, de claros vuelos retóricos, cuya factura subjetiva afirma a un Yo lírico que debe ser el portavoz de una expresión privilegiada y comunicante; es decir el poema como objeto que nos hace participar del mundo desde la visión única, emotivísima del bardo; considera además que es adecuado, para salvaguardar el tesoro de la poesía nacional, adscribirse a los ritmos y a las preocupaciones propias que la han caracterizado: ritmos y métrica estables y un tratamiento solemne del poema como objeto de revelación metafísica certera, a través de una asimilación disciplinada de lo que entendemos por tradición mexicana.

Por el otro lado, la segunda amplia zona opta por cuestionar el ejercicio lírico y la imperturbabilidad del sujeto poético, desde intuiciones que recurren a la ironía, al escepticismo, a la problematización formal e intelectual del objeto-poema, al uso de neologismos, slang e hibridación de idiomas; todo ello remite a la estética siempre renovable y en mutación de lo que entendemos por vanguardia, aunque ya sin la pretensión de desplegarse violentamente contra una verdad anquilosada para imponer una por anquilosar, mediando un escepticismo propio de la modernidad tardía. Se opta aquí por atender a influencias distintas, entre las que se distinguen poéticas estadounidenses y sudamericanas. Hay en este polo estético una apuesta por la contingencia, por lo imprevisto, por la desacralización del objeto poético. Una apuesta por resonancias diferentes al interior del poema, la aceptación de formas no perfectas, la dilución de la experiencia solipsista en pos de la frescura y el desequilibrio que fracasa y por ello, se celebra.

Es cierto que durante los últimos años, ambas posturas han dado lugar a una intensa polémica en torno a lo que debe privilegiarse en una obra. Creo que tal polémica, cuando es bien reflexionada no puede ser perniciosa y además, hace patente que la idea de tradición es, en todo caso, la de un cuerpo que debe aceptar sus mutaciones, sin recurrir a posturas «humanistas» —pues todo poema es en cierto sentido inhumano— o a llamamientos cuasichovinistas. Creo también que la excesiva radicalidad en los postulados de los que aquí hago un esbozo, pueden conducir a una práctica frívola y poco generosa: cada poética debe encontrar el equilibrio entre el estado de inocencia —lo dicho, lo dionisíaco— y el estado de alerta —lo apolíneo, la forma de lo dicho—, como bien entiende Edgar Bayley.

Decidí este preámbulo para ubicar la obra de Juan José Macías (Fresnillo, 1960), pues ocupa un lugar peculiar en tales asuntos: el de dar el paso a un lado y discurrir poéticamente por una senda paralela. Lo que marca una diferencia en el trabajo de Macías consiste en reencauzar la lírica hacia la experiencia filosófica. El segundo trecho de su producción poética tiene como pregunta inicial la pregunta por la palabra y con ello por el origen del hombre, si se atiende a Rilke: «Canto es existencia». La pregunta por la palabra es una pregunta a su vez por la poesía. Sus poemas participan con serenidad de aquello que está a la base de su incursión poética, la experiencia del pensamiento. Quizá el mejor ejemplo de ello es el libro La expansión de las cosas infinitas, al cual le fue concedido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta en el año 2005, reeditado en 2010 por Mantis Editores y Selo Sebastião Grifo.

Hay un verso de Juan José al que acudo con frecuencia: «Aquí brota arbolado». Ese «Aquí» nos hace recordar una de las caracterizaciones que hace el filósofo alemán Martin Heidegger del ser humano: el hombre (o Dasein, como él lo llama), es un Aquí. Sólo el Aquí puede establecer una distancia remisiva con el mundo, diferencia de quien nombra con aquello a lo que nombra: un Aquí que funda en su pensamiento un horizonte de mundo, basado en la posibilidad y en la finitud. Ser y tiempo, la obra más famosa de Heidegger, está cifrada en un lenguaje fenomenológico de considerable complejidad. En ella se analiza lo que hace hombre al hombre: su capacidad de fundar un mundo sobre la tierra; y ante todo, definir al Ser ya no como el sustrato estable de la tradición metafísica europea, sino pensar al Ser como acontecimiento, como suceso que se desoculta fugazmente en la palabra poética; tal desocultamiento precisa de la espera. Cito a Heidegger porque es una referencia imprescindible para nuestro autor, que se adscribe a su pensamiento con frecuencia y lo alude en su producción lírica, desde un lenguaje que tiene como única arma retórica su limpidez y precisión.

En Expansión de las cosas infinitas, el sujeto lírico no protagoniza: desde las palabras acerca a nuestra intuición a lo que ya no puede ser dicho. Sólo después que en la lectura de los versos hemos dejado atrás la palabra, para percibir aquel remanente en el silencio, es cuando al fin brilla el verso como corpus verbal, en un acto de refracción luminosa que se produce por vía de la paradoja:

No aspiro más que a la decepción

Escribo para lo único ilegible: la pureza.

El acto puro de escribir es entonces el de incomunicar la pureza. Hacer legible lo ilegible. Lo que no tiene sentido, que es al mismo tiempo la base de todo sentido posible. Si el hombre se aísla del sentido, de darle dirección y finalidad a todos sus actos, el mundo aparece como no disponible. No hay nada. El mundo no se presta. El mundo no es. He ahí su origen. Sólo el tedio nos hace comprender lo que nos constituye: en el tedio aparecen, cercanas e indisponibles, todas nuestras posibilidades:

el mundo necesita una crisis de tedio

el tedio es la verdadera fisonomía de la conciencia —su despertar

hacia la monstruosa vacuidad del mundo

ser prescindibles nos vuelve incomparables

El tedio hace ser consciente y al mismo tiempo, posible, prescindible, incomparable, a «ese dios insuficiente que es el hombre». El tedio nos hace ser humanos; sólo padeciéndolo puede también acaecer el asombro, y lograr una experiencia completa. El asombro nos hace, a diferencia del tedio, sentir todas las posibilidades del presente, de lo que mana brillante e indisponible y que puede pensarse sólo como acontecimiento.

Agrupados como ciclos de poemas numerados del uno al cero, cada poema en Expansión de las cosas infinitas nos convida con su alimento paciente, de brillo y de presencia. Los motivos que desencadenan la poesía de este libro, siempre son fundamentales: ser humano, ser tiempo, ser palabra, ser poesía. La mayoría de los poemas se distinguen por su concisión, por su puntualidad, por su disposición a lo reflexivo. En el idioma alemán la palabra con la que se nombra al poema es Gedicht, en franca relación con la partícula «dicht» que tiene el sentido de lo denso, lo espeso, lo concentrado. En Expansión de las cosas infinitas podemos sentir cómo cada poema se convierte en un núcleo que irradia: es materia concentrada devenida concentración. Nos invita a acercar «al alma propia las orejas», para escucharnos a nosotros mismos al mismo tiempo que escuchamos al mundo. No hay egoísmo. A decir de Hugo Mujica: «Se oye lo que llega, se mira desde sí»[i]. Hay que aprender a escuchar, porque aguardar es la condición propiciatoria; a decir de Macías:

Escucha esa cascada jamás vista

esa caída de agua que refresca el oído desde lejos

y que permite pensar

En este libro no escuchamos a un poeta que nos quiere decir qué tan álgidamente vive su «yo» el mundo. Escuchamos a alguien que escucha. Cada poema funda un lugar desde el cual el mundo se sabe, se cree, se crea intenso. Tal lugar se llama siempre sensación, se llama mundo, pero se llama también uno mismo.

puedes imaginarte la playa o puedes pensar el desierto

ahora imagina un grano de arena

fuera de estos amplios y profusos recintos

un único grano de arena existiendo

en no se qué confines

un pajar por ejemplo

donde suelen alojarse las agujas

un único grano de arena –¿puedes verlo?–

y estás creando el mundo nuevamente

La única complejidad formal que admite es, como decíamos, la de la precisión; distante también del solipsismo lírico, el tono y los registros de Juan José Macías colman las frondas de su árbol genealógico, el cual crece en el diálogo con poetas como Silesius, Leopardi, Hölderlin, Rilke y el Eliot de Los cuatro cuartetos; pero sobre todo con los poetas que, a cierto contrarritmo de la actualidad poética argentina, han germinado la semilla de lo esencial en su poesía: Antonio Porchia, Roberto Juarroz y Hugo Mujica —los dos primeros incluso, son el motivo principal del reciente libro de ensayos de Macías, La experiencia del pensar. Distante de las poéticas que asumen con riesgos estilísticos la tardomodernidad, Juan José Macías se aleja también con paulatina constancia de la escuela zacatecana, de esa figura señera de exquisito lirismo que es Ramón López Velarde. Y se hace cercano, casi íntimo, con un poeta potosino que, sabemos, ha leído con toda atención y amistad poética. Me refiero a Félix Dauajare. Con estrecha cercanía, en los versos de Juan José vibra un íntimo acompañarse con los versos de Dauajare, tal en uno de los últimos poemas del potosino: «me falta solamente asentar / una palabra inexpresable»[ii]. A fin de cuentas, ambos son poetas que buscan un lugar, el único viable para ellos, a saber: el de pensar una lejanía y tornarla algo profundamente cercano.

hacia donde camina la música del piano

o más bien se extingue su remanente de sonido

más allá de donde los minutos se extravían

en tanto las horas duermen

supongamos que hay una hoja fresca de eucalipto

perdida entre la hierba seca.

La obra poética de Juan José Macías no busca los reflectores, está hecha de intensidad y espera; es como las piedras que saben esplender en la cerrada noche con la tenue luz.



[i] Mujica, Hugo, «Orfeo» en Poéticas del vacío, Trotta, Madrid, 2010

[ii] Dauajare, Félix, Cuadernos de memoria y cenizas, Ediciones NOD, S.L.P., 2000. Toda la obra poética anterior de Dauajare se reúne en La vida del relámpago, Verdehalago, México, 1995.

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