ERA UN CARMESÍ EN OFERTA
i
Escucho el flujo del laúd contra el batir de las hojas. Charco, oído: vibra el crujir del pan en la saliva, juego de serpientes en brama. Oigo un resorte de lava de rebotar en su corriente: medida inconclusa de lo eterno, un simple caminar de una palabra que no llega, ni a la punta, ni al cielo: hipo.
ii
Vine a saborear un haz de sol y me caí. La tarde estaba a pico de mar, novedad que me cruzó la lengua, la moví a tiro de biela y más adentro. Palpo y gusto el pedipalpo de la araña del rincón: me muevo hasta su tela, cruzo una región improbable de certezas y vuelvo al día: el haz, la cerveza, una forma de cortejo el condimento, el mosto: hidra crece al paladar.
iii
Todo lo que miro es lo que mira el cielo cuando azula. Cuanto muere es un puñado de arroz que agita el viento. Cuanto vive es el viento saboreando al arroz, oyéndolo contar sus horas flacas. En el terreno pedregoso de la imagen tiro una pizca de agua que provoca el espejismo. Sereno, hombres tomando su maleta para el viaje, una palabra que no llega a la estación. Lo que fermenta y pudre miro, el resto se lo dejo al sueño.
iv
Y queda por destilar otro molino, la residual sensibilia corresponde a la memoria: lo que toco es un registro en braille del deseo, agujero negro y ave en extinción. Afuera está el humo y lo atravieso, vuelvo al tocar de la mirada, al roce inclinado de la lengua, las caricias prolongadas en el tímpano. Martillo para quebrar la nuez de un dios. Un cuerpo de mujer rompe las vías del tren. Se agita y vuelve geiser. Lo que no he dicho es lo que hierve.
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