Autorretrato, Bacon, Francis
El taller, Vermeer, Jan
Dentro de los lindes neblinosos de la poesía, los autorretratos son menos frecuentes que en el arte pictórico, mas no escasean. Lo primero que se viene a la mente es que, en todo caso, toda la obra del poeta sería su autorretrato, una huella humeante de su Yo, frente a los nichos que se abren entre palabra, sentido y silencio. O de lo «otro» de su yo: el poema como testamento de una huída —aunque no sabemos si la huida de la errancia lírica, o el distanciamiento firme de la locura le son posibles. De cualquier forma, poemas que se declaran autorretrato no abundan, y la intención inicial de estas líneas era compartir cuatro de ellos. El primer Retrato corresponde al gran poeta español Antonio Machado (Sevilla 1875–1939), que está incluido en el libro fundamental Campos de Castilla. Hundido como espada en la memoria, a manera de declaración de poética y despedida, el verso sencillo nos lleva a la experiencia del tiempo y el existir de Machado: «¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera/ mi verso como deja el capitán su espada:/ famosa por la mano viril que la blandiera,/no por el docto oficio del forjador preciada/ [...] Y cuando llegue el día del último viaje,/y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar».[iii]
Adam Zagajewski (Lvov, 1945) en su Autorretrato, traza el boceto desde el estar cotidiano, mientras pregunta por su Polonia, de la cual lo separa el exilio. Las ciudades ajenas, el amor de su mujer, las conversaciones con su padre están presentes; al final alude a Machado: «Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir/ se me pasa la mitad del día.[...] En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor,/ los tres elementos./El cuarto no tiene nombre./ Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos/ tenacidad, fé y orgullo. [...] Mi país se liberó de un mal, quisiera/ que le siguiera aún otra liberación [...]No soy hijo de la mar, como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,/ sino del aire, la menta y el violonchelo, y no todos los caminos del alto mundo/ se cruzan con los senderos de la vida que, de momento/ a mí me pertenece»[iv].
Una experiencia vital de sencillez y contemplación, en alto contratse con el ajetreo de la modernidad —al tiempo que deja entrever su amor por los latinos epicúreos y estoicos—, es lo que Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) establece en Autorretrato como asceta inconsciente: «Desconozco las marcas de los vinos más caros./ Ungaretti es la única denominación/ de origen que respeto. [...]Algo hay/ de revolucionario/ en la felicidad del silencioso./Me muevo en los extremos invisibles. [...] Fuera de aquí no logro/ explicarme. Además de torpe,/ soy un asceta inconsciente».[v]
¿Miente el poeta? Puede afirmarse y al mismo tiempo decir no. La ambigüedad de la poesía le permite revelarnos un fragmento de sí; proyección que dice ser sincera mientras por el reverso nos sonríe silenciosa. En tanto que no hay verdades y mentiras, la palabra poética celebra contundente la vida y nos transmite un algo del autor, en cercanía con sus claves para inquirir el mundo y sus enigmas. Así, el pasado viene a incinerarse en el presente, mezclado y vuelto mosto, humedad de muerte y vida, en el canto; como en el desenfreno carnal de juventud y el transplante del trópico al desierto, que hacen cuña en el poema de Julián Herbert (Acapulco, 1971) Autorretrato a los 27:[vi] «Yo era un muchacho bastante haragán/ cuando me asaltaron las circunstancias/ sábados y domingos cantaba en los camiones/ ahorraba para unas botas Loredano/ y besé a dos/ no/ a tres muchachas antes de mudarme a esta ciudad» Más adelante, el salto mortal de la mudanza y la pubertad a la poesía: “también pienso en este poema/ que hace 27 años se fragua dentro de mí/ y nunca termina /nunca dice las palabras exactas/ porque es igual que yo/ un muchacho bastante/ haragán una verdad fugaz como todas las verdades». ¿Hace falta un espejo?
Adam Zagajewski (Lvov, 1945) en su Autorretrato, traza el boceto desde el estar cotidiano, mientras pregunta por su Polonia, de la cual lo separa el exilio. Las ciudades ajenas, el amor de su mujer, las conversaciones con su padre están presentes; al final alude a Machado: «Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir/ se me pasa la mitad del día.[...] En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor,/ los tres elementos./El cuarto no tiene nombre./ Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos/ tenacidad, fé y orgullo. [...] Mi país se liberó de un mal, quisiera/ que le siguiera aún otra liberación [...]No soy hijo de la mar, como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,/ sino del aire, la menta y el violonchelo, y no todos los caminos del alto mundo/ se cruzan con los senderos de la vida que, de momento/ a mí me pertenece»[iv].
Una experiencia vital de sencillez y contemplación, en alto contratse con el ajetreo de la modernidad —al tiempo que deja entrever su amor por los latinos epicúreos y estoicos—, es lo que Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) establece en Autorretrato como asceta inconsciente: «Desconozco las marcas de los vinos más caros./ Ungaretti es la única denominación/ de origen que respeto. [...]Algo hay/ de revolucionario/ en la felicidad del silencioso./Me muevo en los extremos invisibles. [...] Fuera de aquí no logro/ explicarme. Además de torpe,/ soy un asceta inconsciente».[v]
¿Miente el poeta? Puede afirmarse y al mismo tiempo decir no. La ambigüedad de la poesía le permite revelarnos un fragmento de sí; proyección que dice ser sincera mientras por el reverso nos sonríe silenciosa. En tanto que no hay verdades y mentiras, la palabra poética celebra contundente la vida y nos transmite un algo del autor, en cercanía con sus claves para inquirir el mundo y sus enigmas. Así, el pasado viene a incinerarse en el presente, mezclado y vuelto mosto, humedad de muerte y vida, en el canto; como en el desenfreno carnal de juventud y el transplante del trópico al desierto, que hacen cuña en el poema de Julián Herbert (Acapulco, 1971) Autorretrato a los 27:[vi] «Yo era un muchacho bastante haragán/ cuando me asaltaron las circunstancias/ sábados y domingos cantaba en los camiones/ ahorraba para unas botas Loredano/ y besé a dos/ no/ a tres muchachas antes de mudarme a esta ciudad» Más adelante, el salto mortal de la mudanza y la pubertad a la poesía: “también pienso en este poema/ que hace 27 años se fragua dentro de mí/ y nunca termina /nunca dice las palabras exactas/ porque es igual que yo/ un muchacho bastante/ haragán una verdad fugaz como todas las verdades». ¿Hace falta un espejo?
(publicado en Piedra de Sol, suplemento dominical del Sol de Zacatecas)
[i] Algunos de estos cuadros pueden disfrutarse en el libro 500 Autorretratos, Phaidon Press, New York, 2004.
[ii] Cfr. Rosset, Clément, Lo real y su doble, Tusquets, Barcelona, 1993
[iii] Machado, Antonio, Poesía, Alianza, Madrid, 2007
[iv] En Zagajewski, Adam, Poemas escogidos, Pre Textos, Valencia, 2005
[v] Lo halla usted en González Iglesias, Juan Antonio, Un ángulo me basta, Visor, Madrid 2002
[vi] Puede leerse en Herbert, Julián, El nombre de esta casa, Tierradentro, México, 1999
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