Una reseña sobre Astro Labio, de Alfonso D'Aquino, en la revista Crítica 149.
DE CÓMO EN LA FLUORITA CABE EL UNIVERSO
D´Aquino, Alfonso, Astro Labio, MagentaLibros, México, 2011.
En el célebre cuadro Los
embajadores (1533) atribuido a Hans Holbein el Joven, se presenta a dos
personajes de la nobleza europea, en disposición casi simétrica respecto al eje
del cuadro; probablemente representan el desdoble del cristiano en sus dos
fuerzas: catolicismo y protestantismo. Entre ellos se despliega un taburete
ataviado con distintos objetos, una mandolina y un libro abierto en la parte inferior,
y en la repisa superior se reúnen distintos intrumentos geométricos y astronómicos
no desprovistos de simbolismo. Sin embargo, lo perturbador del cuadro se
encuentra en la parte central inferior, donde aparece representada, sin
aparente conexión con los otros elementos del cuadro, la anamorfosis de una
calavera.
Vine a recordar esta obra renacentista,
preludio del barroco pictórico, tras la lectura del libro de Alfonso D´aquino, Astro Labio, que continúa un itinerario
singular de la poesía mexicana reciente, del cual ya conocíamos estancias a
través de títulos como Naranja Verde
o Tanagra. Con frecuencia se ha señalado
en la escritura de D´Aquino un rasgo: el de combinar el rigor y la
experimentación formal; si se prescinde de suponer la antagonía entre ambas
cualidades, si no solo se entiende
«el rigor» como apego estricto a las formas y sonoridades más estables del español,
puede asumirse que la experimentación formal implica también su propio rigor,
que es el de cuestionar a cabalidad la representación de lo percibido, a partir
de indagar en el vínculo entre las palabras y las cosas. Esta interrogante es
el aura (rota, perturbada) que cubre a la poesía moderna desde que Mallarmé
asestó el golpe al vaciar el cubilete.
Astro Labio nos depara desde el título un
juego. Al partir el instrumento expone su etimología: labión, partícula griega, refiere a «el que toma». Si aceptamos el
juego, el labio y su emisión sonora se encargan de sondear el ámbito constelado
de los cielos, de intentar fijar algo pero ¿lo que busca fijarse es el ámbito
supralunar o el terreno? A través de la indagación del mapa estelar, de las
distintas figuras míticas que se vislumbran en los conjuntos de estrellas, D´Aquino expone un imaginario que se
pliega y despliega en ritmos diversos y en poemas de distintas configuraciones.
El motivo de esta escritura no son tanto las figuras estelares, sino el efecto
de la luz que ellas emiten y tienden en la percepción. La anamorfosis, esa forma
de representación «deforme» que solo puede descifrarse cuando se cambia la
perspectiva, es trazada con la ayuda de espejos cóncavos o convexos que
transforman la imagen. Usando esta analogía, Astro Labio se concentra no en la imagen «real» ni en su
anamorfosis poética: se sumerge en el espejo, en las mutaciones fugaces de la
luz en el espejo. De esta manera, el estudio de la luminosidad y de su velo, el
estallido o reflejo que siempre separa a la evocación de lo evocado, es el
germen donde cada poema se recrea: «A sabiendas que algo escapa entre el cósmico
enrejado / y las jaulas de azotea / o entre lo visto y lo dicho /
incristalizables señas // Crudas luces que constelan la figura de otro cielo /
que traslumbra mi retina / antepone a cada una una luz siempre distinta / y no
distingo ninguna»
En ese algo que escapa del cósmico
enrejado, se encuentra el circuito mínimo que une, que hace tangentes a lo
visto y a lo dicho: tal circuito es, antes que la significación, la música del
significante: «Cuerpo extraño/ de la música / se demora/ entre las cosas [...]
cuyo intangible/ reflejo/ lo multiplica/ y oculta». Desde el primer apartado
del libro, «La esfera vigilante», vemos/oímos la voz expandirse en versículos,
en encabalgamientos y giros que saturan la página; en otros momentos, D´Aquino
emplea modos clásicos del verso en español —ánimo recurrente en todo su trabajo—
para regodearse en la franca sonoridad que en ellas acontece. Sin dejar nunca
de lado su alta conciencia sonora, otros poemas se disponen de manera visual,
explorando los distintos ejes que concede la página. En esta diversidad de
formas cumplen los poemas su necesidad de ser inasibles y fugaces, al mismo
tiempo que el autor emite diálogos con algunos de sus referentes —constelaciones
verbales—: Lezama Lima, J.E. Eielson, César Moro. La escritura del proceso, la
mutación de la luz en música dicha, permite que los motivos «reales» en los que
se apoya el poema sean elementales, como la sensación al tocar el cráneo la
corteza de un árbol, o el reflejo que brota de una fluorita verde en la mano,
el recuerdo de una casa en la infancia, un trayecto de memoria de la ciudad al
bosque.
El segundo apartado «Sílice / Asterismos» ahonda la incertidumbre base
del volumen, que ya presagiaba Rilke en uno de sus Sonetos a Orfeo, el XI: «También
la unión de las estrellas miente». La complicidad inestable entre lo visto y lo
dicho se ilustra por el concepto astronómico de paralaje, que indica cómo todo se
ve distinto dependiendo de la posición en que se mire: «Y aunque Orión pueda
verse o pueda vernos desde cualquier
parte de la tierra colgando de su reflejo / ¿no hay un solo otro ojo en algún otro lado / que
perciba en su lúcida errancia mi búsqueda insensata de su rastro? [...] si la
esfera armilar interna rueda/ ves mejor cuanto más veas al mirar desenfocado». Ese
desenfoque es el que interesa a esta poesía, falla que le confiere vida a toda
percepción-evocación, es decir, su
cualidad de ser distinta a la de cualquier otro individuo. Sobre ella se
conjuga la simetría entre claridad/oscuridad, dicho/hecho: sonoridades y
resonancias elementales, formas-elemento, como lo recrea de muy lograda manera
el poema «Entrecielos / Wentzel
Jamnitzer» que juega con el origen físico de las cosas, a partir de la teoría
visual del orfebre renacentista Jamnitzer. Se busca el eje, el núcleo liberado
donde se fraguan, o derruyen, los objetos percibidos y la imagen que de ellos
se hace en el sujeto. En ese núcleo las palabras se liberan de toda obligación,
no se remiten con certeza a las cosas, juegan todo el tiempo en la pureza del
sonido, chocan, configuran un sentido que pronto se diluye, suenan y hacen sonar. El libro se piensa
como ese eje, zona intercambiable, como luce en «El cosmógrafo»: «y también
imagino que una estrella distinta / de pronto se refleja de este lado del libro
// Y en cada vidrio que veo un reflejo distinto/ de mí mismo se parte y me
extravía».
El eje del que hablo, zona frágil
entre el vacío y lo determinado, tiene en Astro
Labio forma laminar, de velo cristalino que puede atravesarse al decir o
desdecir, cristal-espejo-lámina-libro, intensidad que llega a lo abstracto en
el último poema-apartado «Láminas / Graphite»,
dividido cual los 12 segmentos angulares del astrolabio, movimiento circular: «ver por reflejo / misma materia oscura/
dentro y fuera / de la cabeza [...] en otros miles de fragmentos / prismáticos
/ e inciertos [...] un único pensamiento / pero imposible / una y otra vez / aún / de ser pensado». Sólido cuño
mallarmeano, expuesto no a contraluz del vacío, o sí, desde la lámina móvil de
la página-pensamiento: «el acto poético de ver / la exfoliación de las imágenes
/ los planos de exfoliación de los reflejos», «el libro como instumento óptico
/ espejo de la ausencia / y el astro paradójico». Poemas que son reflejos de
poemas que son apenas destellos de un pensamiento nunca llegado, un pensamiento
que podría ser «un solo verso / pulido
hasta el cristal interno / su esférico vacío en el bosque geométrico», que
se muestra solo por esquirlas de luz-música, palabras como monedas que han
recuperado su brillo primigenio, su brillo de ser metáforas sin un sentido, que fijan el reflejo de
una percepción para perderlo —como quería el Nietzsche de Verdad y mentira en sentido extramoral— como fulge sonoro el verso
que cierra este volumen: «ápex apenas de
sí solo».
Libro de poesía sobre poesía, de
alta ambigüedad que revela su riqueza. Escritura potente de dificultad y de
riesgo, que no renuncia nunca a su concierto lúdico, a ver el universo en una piedra
de fluorita. Al igual que en el cuadro Los
embajadores, bajo sus instrumentos geométricos y astrales, entre dobles y
desdobles, Astro Labio nos invita a
descubrir una anamorfosis inesperada, mas no en un solo plano sino en múltiples
fragmentos, como bóvedas del ojo de un insecto, donde mil y un destellos óseos
nos observan, se desarman sonando mientras ríen.
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