martes, junio 23, 2015

Poemas de La obsesión del espacio, de Ricardo Zelarayán


La obsesión del espacio (1972), imagen tomada de aquí.


SOMBRA QUIETA


Una plancha se detuvo junto a un árbol y del suelo brotó
una
 lluvia de transistores.

Nosotros también nos detenemos, y a veces un poco deslumbrados
nos vamos por ahí... tambaleantes.
Pero la cosa recomienza, y siempre volvemos a ser lo que éramos.
El mobiliario se completa.

Lo que no quiere decir que la silla vuelva a llevarse bien
con 
la mesa.
Habrá que ver lo que es seguir... Pero que siga, que siga...
sin detenerse.

Y cuando comienza uno a abanicarse a grandes rasgos,
sin sentarse en una silla,
el suelo comienza a anegarse

y se termina por encontrar una rueda de esas en un rincón,

completamente knockout.

Momentos después la rueda recomienza

y hay viento por ahí.

Un viento que acomoda las últimas migajas

(¿por qué habrá siempre últimas, me preguntaba los días pasados

que siempre hay?)

La quiebra del pavimento,

la quiebra de los talones,

la quiebra de las agujas y de los pelos,

de las grúas y de los bancos de la plaza,

tiene que ver con los paraguas que flotan a la deriva

o con los humos que brotan interminablemente de las orejas gastadas.

Una oreja sepulta caballos.

Los cabellos sepultan caballos.

Los caballos insepultos son todos orejeros.

Las orejas se acomodan pero ya no se estacionan durante años en un rostro.
Oreja de plaza,

paraguas insepulto,

rueda demoledora...

Hubo que hacerse un lugarcito y esperar.

La conversación lateral crecía y los rostros se abordaban salvajemente.

Una almohada de cabellos.

Una almohada de caballos.

Orejas por el suelo,

rodillas en la tierra,

y todos los rinconcitos reservados para otras miradas.

Hoy me pregunto por qué de todos lados se vienen caballos

traídos de los pelos o de los cabellos.

Y el porqué de tantos andenes sin rostro definido

para colgarse de cualquier lado.

Una vez fueron tres

y no hubo palacios sino calles zancudas,
y cómo se zancudían

en cualquier sector de cabello

o de espejo incontenible.

¿Por qué contener el agua?

¿Por qué la llama acentuaba su relieve para declinar

y caer en un embudo?

Había que enroscar los cables de las miradas.

¡Y pase otro más al frente!

Un frente sin perfil,

un filo iluminado para los que buscan asirse de los bordes.
Ojos vacíos, ventanas vacías y vendaval.

Hay un viejo asunto de cajones

y de muelas del viento.

Un centenar de antenas dopadas

hacen brotar sus frutos por todas partes.

Pero si hay partes no pueden ser todas para asomarse
detrás de una loma,

de debajo del agua,

detrás de una puerta

o simplemente detrás de los párpados.



SOMBRA INQUIETA


Mano despierta,

tajo florecido hasta lo demás...

Las afamadas similares adheridas

no comienzan.

Una sonrisa de sandía ata las sábanas,
desgaja las risas,
escupe las semillas del más allá.
Y todo no es todo porque la crema del bienestar
se reproduce en la orilla.

Y las rompientes desdentadas

simulan pero no disimulan,

porque las mulas zigzaguean una, dos....

Y la rompiente del cuchillo
aparta la mar de puñaladas.

La los la el mi de la tajada del tajo, de la muerte, de la
pata de cabra, de la tormenta del diente, de la razón del
mi-porque, ni-si ta-ta-ta-ta....

Mueca del fin,

hamaca del pan,
pan de la urraca,

hurra del mal,
mismis del curro...

Una descansada cara de dado.

Una migaja,

una desplopada,

una derramada.

Sal mi raca raca,

suma, susurro, borde en llamas,

una despierta, una durmiente, una silencio.

La silencio se estrella contra la miga,
la mano que enrolla las sombras,

un ojo simulador,

el humo de la frío.

Un dedo...
dos dedos....

tres dedos hacen la hamaca

y cuatro dedos el pan.

La soga se oculta...

pero la soga no tiene huesos

para arder.

Y sin embargo no bizquea

la sal.

Mi estalla

y yo ironiza.

La pan de la papisa.

Ni trampas de bizco,
ni miga de bizcocho.
La lado, la dada.

Un timbre se pega.

El sonido se descalabra
sin ser dicho ni pampa,
ni run,
ni el agua enloquecida del mapa,
derramada sin decir nada.

Por nada,

por la perfil,
por la frente,

por la destornillador.

Sin consultar,

sin un árbol de pro ni de más,

sin una tormenta escapada, famosa de pícara,
que escarba, escarmentada,

la torre, la torre...

Párpado roído,

pararrayos,

papagayo...

Una palabra,

dos palabras,

sin palabras.

A la deriva...

Los anzuelos...

Sobran vidas
a la deriva.

A la izquierda comienza

lo que tiene,

lo que es,

sin trabas de ninguna especie.

¡SI! ¡especie!

¿La luz?

¿Por qué la sombra es luz carbonizada?
Nadie pierde nada.

No se pierde nada con nacer...

No se nace nada con perder.



LA DECISIÓN


No me lo preguntés.

Si usted no tiene nada que hacer no lo haga aquí.

¿Usted o yo?

¿Yo o vos?

Las ganas no se dan así nomás.

No se dan árboles de ganas

como el árbol que da las manzanas

ni como los peces del árbol inmenso del mar.

¿Vieron?

¿Viste?

Vestido de punta en blanco,

listo para tomar el barco,

listo para el olvido,

mustio como la última gota de vino

que crece como las semillas

(eso es lo que vos te creés).

Pero creer no es crear...

La gota de vino se muere por la sal del desierto.

Una hamaca liviana, con vista al río,

el río que crece,

que crea orillas para ser río...

(¿pero él lo sabe?).

El cigarrillo medita por uno,

naturalmente con humo,

vive sus horas de humo,

vive acostado,

junto al río.

No hay desplantes

cuando aquí me planto

en medio de bolsas de humo.

La mar de caricias me resbala...

pero escucho el río.

¡Sí! el río que me enseñó las caricias.

El río vacila

(aquí no hay vacilaciones: si el río vacila, hay río encerrado!).
Un canasto siente nostalgia de los tomates rojos

y espera,
una espera que lo llenará de acelga,

de espinaca,

de melones,

¡para que se olvide de la nostalgia!

Hoy justamente me olvidé como se arrancan los cabellos,
los cabellos de los árboles,
de las piedras,

del río,

de las chispas que saltan de las piedras.

Hoy los recuerdos viajan en jet,

porque estamos en el siglo XX

y todavía hay piedras que duermen de día y de noche,

desde el siglo XV,
junto al mismo río,

esperando al príncipe de la Bella Durmiente

o a "la mano de hierro que las llame a la realidad"

como un llamado telefónico urgente pero equivocado...

Los equivocados no necesitan teléfonos

porque los cabellos se asoman por todas partes,

cuando esperan...

pero nadie espera para crecer

(si lo dejan).

¡Pero a mí si me dejan llego!

¿O me quedo?

¿Qué significa quedarse junto al río,

o irse del lado de los tomates rojos que esperaba el canasto?
El canasto que flota en la creciente

junto a la mesa

y la cama

y los cigarrillos,

mojados naturalmente...

y el humo fugitivo y ruiseño.

Una hamaca con los cabellos,

cabellos de humo junto al río,

un río envuelto con el papel de las manzanas,

y dulcemente dedicado.

Porque el río es bocas, manzanas, piel, acelga, espinaca...

¿Y el pobre canasto?

¿Yace o no yace?

¿Yace o no nace?

No.

Murió ayer por decisión municipal.

El duelo se despedirá por tarjeta.




UNA MADRUGADA POR DÍA

A la memoria de Robert Desnos

El gaucho se queda afuera.
El caballo entra adentro.
¡Pucha que son largas
las noches de invierno!
Buono-Striano

Las trizas no se ven.

¡Oh gran sorda al viento!

El viento hace trizas el tiempo.

El día se ha vuelto oscuro

para volverse a aclarar,

para ser otro día.

Mi larga espera no puede ser siempre.

El amor tiene que estar aquí...

no a cien leguas a la redonda.

El gallo despierta,

el pájaro doméstico del canto a la madrugada.

Mis ojos comienzan a licuarse en contacto con la luz.
Pero la llamarada sin estrépito del corazón

no despierta a los vecinos.

Ella (es decir vos) ya duerme

pero yo sigo despierto.

Ella dejó todo para la mañana.

Es hora, me dijo.

Yo me he quedado como pez fuera del agua

de su mirada...

Feliz de vos (de ella),

pero Dios te (me) oiga,

porque yo no estoy tan seguro

de hasta mañana.

Nada se sabe hasta mañana.

Hay una gran diferencia

entre el soñador y el dormido/a.

Entre los pájaros que duermen

y el gallo, cantor del alba.

Entre sus ojos cerrados

y mi ojos abiertos.

Todos están afuera (aunque duerman),

todos se han ido

hasta mañana.

Los que duermen han cerrado
su sueño
con siete llaves

hasta mañana.
Los insomnes de amor y los otros

se quedan,
esperan.

Y yo visito fábrica de encendedores perdidos.

(Hoy no sólo se fabrican objetos para tener sino también
objetos para perder.)
Pero los encendedores perdidos

no hablan con los paraguas perdidos.
Y yo me voy, pájaro negro,

con el paraguas infinito de la noche
acribillado por tus miradas,

por el recuerdo de tus miradas.

La madrugada es dura

como el pan del olvido.

Tu mirada es sólo un recuerdo

hasta mañana.




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