Ayer estuve otra vez en Schloßplatz, en el jardín del Castillo, a un lado de la calle principal, que se extiende atestada de gente y compradores furiosos en la búsqueda de la última oferta. El jardín, por el contrario, permanecía en cuasi perfecta calma. Saqué mi cuaderno e intenté nuevamente, escribir un poema en el jardín y otra vez no pude. Inmediatamente me puse a pensar en las gaviotas (¿Porqué hay gaviotas en una ciudad tan continental?) y en el futbol de Argentina o en Oaxaca o qué sé yo.
Me puse luego a pensar en este espacio, en este blog, tan abandonado a su suerte, a sus dos o tres lectores y a mí mismo, que muchas veces me hago pasar por uno de ellos para tratar de encontrarme ahí en lo que he puesto. Me puse a pensar en el Cactus Verbal, que ahora no es escrito más desde el desierto, sino desde una orilla del río Néckar (otra marabunta de gaviotas: un barco que transporta chatarra: los viñedos: las latas de cerveza en el suelo). Y en la Saudade, ese concepto indescifrable aún.
Y me dí cuenta que algo cambió, y que lo que se escribe es como una navaja, que hiende y cicatriza a la vez. Stuttgart. Que hay maneras de apropiarse de una ciudad, o de ser adoptado por ella, o simplemente de fundirse en su respiración de yegua seria en invierno.
El Cactus sigue, y está seguro que el único sol que lo hace vibrar es el de aquellas latitudes hijas de Cerro de San Pedro. Pero ahora, y parece que por un tiempo prolongado, será un Cactus de invernadero desde el Winter alemán.