El jueves pasado se inauguró en la sala Germán Gedovius del Teatro de la Paz, aquí en San Luis, la exposición de pintura de Melvina Orozco, Cartas para Miguel, con la que Melvina se coloca como una de las artistas jóvenes más interesantes para los próximos años. Transcribo aquí mi texto que se incluye en la exposición. Estas imágenes de su obra las presento sin permiso de la autora –a la que habré de convencer que me perdone chelas de por medio.
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El hueco producido por alguien que ya no está, es resanado a partir del recuerdo: fase del ausente que poco a poco se desgasta, perdida en los meandros del fluir de la memoria, y torna en una dura formación de sal, icono petrificado y solemne, con el que se rompe finalmente cualquier vaso comunicante.
Para reavivar el vínculo con la recordación, es necesario algo que rompa la inercia de piedra y nos permita purificarnos del veneno del tiempo, de la sombra con que esa ausencia cubre la luz de nuestro día.
Así, Cartas para Miguel de Melvina Orozco es un acto de fuerza pictórica: creación de un espacio marginal, geografía a la que nos imanta un hombre varado en el pasado y hacia donde concurre la artista desligada de cualquier presente. Lounge atemporal para contemplarse en silencio o para alcoholizarse en un grito, andar desnudo sobre una sonrisa o fundir el filamento de la tristeza; para encontrar la ternura en los ojos de una niña que también es hermana y ángel nocturno. No hay forma de no ser sincero aquí: se trata de un ajuste de cuentas. Los objetos anquilosados que conformaban la evocación –epístolas, besos, fotografías, palabras musitadas en días olvidados–, se energizan con la imagen del presente, con la pronunciación de un nuevo “aquí me soy” del que remite, para fundar frescos nudos en la memoria.
Misivas visuales, donde la figura se impone como elemento principal, comunicación corporal, lenguaje de silencio y músculo, que en su potencia da más que la palabra; ahí el color, armónico o en fugas disonantes, es la curva senoidal de la memoria y del amor; la textura nos confronta, no se diluye en un parpadeo si no que permanece en el ojo, espesa, disgregante, como el amanecer de domingo o un deseo perverso en esa misma mañana. Cada cuadro, una nueva misiva llena de experiencia pasada o de buenas y ansias nuevas, entronque del instante y la forma que permanece en el espectador.
Es Cartas para Miguel un proceso catártico, pacto de amor que es saldado con eficacia plástica por Melvina Orozco, sin caducidad ni matasellos postal.
martes, mayo 30, 2006
domingo, mayo 21, 2006
Consolaciones de luz, de Laura Elena González
Lo sé: la visión es quimérica.Pero mis ojos quieren ver esa invención de los dioses. SU DONG PO "Su Shi"(China, 1036-1086) Es la mirada una celebración de la luz El ojo atento se abre y captura retazos de vida, ráfaga de lo existente, va más allá de lo músculo que tiene para convertirse en sacerdote del color y el movimiento; es a la par de herramienta sensible, llave para abrir el cerrojo de la vida. Luego el mundo se muestra como un enredado conjunto de circunstancias, imágenes, actos, que se labran y entrehilan alrededor de nosotros – hombres: seres instintivos, abismales, y en momentos contados de la Historia, pensantes y lúcidos. Sólo el ciego sabe cuán redundante es la oscuridad del que mira La relación luz – ojo, es entonces rito: percepción y transformación. A través de la lectura de Consolaciones de luz (Ediciones Sin Nombre / Ediciones Nod, 2005) de Laura Elena González, presenciamos ese desdoblamiento, pero no sólo en el ojo, sino también en el instrumento de percepción tan especial que es la poesía. La voz, el ejercicio pleno de la palabra, como elemento “alumbrador”: acción que suministra luz a los hechos que nos impone el mundo en forma de intrincados laberintos, rincones, human beings, hoyos negros. Una vez hecha la luz, la voz actúa como elemento “transformador”: es el poeta, entonces, el prisma necesario para convertir el hecho en letras, juicio y música, juego y pensamiento. La consolación entonces llega, en la difracción del hecho inasequible, inalterable, en poema. Así, en ese ciclo vivificador, en donde a golpe de fotón cumple esta función dual la palabra, en ese nicho se construyen los poemas de Laura Elena González, poeta potosina, que, con el paso del tiempo, define de manera nítida su espacio entre las voces contemporáneas mexicanas. A través de su obra, y de manera enfática en este libro, Laura Elena se distingue por el control, la búsqueda del dominio de los recursos poéticos, para atravesar el cauce musical de la poesía y situarse en los remansos de la reflexión. La imagen –poética— que se difracta, que ilumina, que a base de inteligencia se abre un paso en nuestra memoria. El verso es libre, desplegando un muestrario amplio de cadencias. Salvo en contadas ocasiones, donde la poeta experimenta con las posibilidades sonoras y rítmicas, es la idea el pivote a partir del cual se construye cada línea, priorizado esto antes que el sentido rítmico –sin que éste se pierda–, apostando siempre por la imagen fuerte, precisa. Si existe la categoría de poesía femenina, siendo utilizada ésta para determinar de manera despectiva, cierto tono recurrente –sensiblero, conmovido, de versos suaves y sin uñas–en la poesía de mujeres, podemos afirmar que la poesía de Laura Elena González libra tajantemente este adjetivo; por otro lado, en algunos momentos podría acusársele –fallidamente– de ser hermética, pues esta poesía exige una lectura atenta, que se vuelva en determinados momentos a las referencias culturales incluidas en cada texto. Lo poetizado en este poemario tiene orígenes diversos: una casa abandonada, fotografía indeleble y nostálgica, Dios, la guerra, la vorágine mediática, un trozo de carne yaciente en el rastro, Polifemo, el enfrentamiento del poeta y el lenguaje o Rembrandt; todo a través de una mirada lúcida, serena y apasionada al mismo tiempo, un ojo que busca justificar su razón de ser, que desarrolla al máximo esa posibilidad de liarse con la luz, filtrarla al corazón y resucitar cada imagen que nos rodea, para incorporarla, rediviva, a la experiencia vital. Del poema Un corazón de luz los siguientes fragmentos: mi cuerpo vuelto luz y oscuridad en los lienzos que los obligo a mirar desde esta apartada tolerancia Mi nombre es Rembrandt Harmenszoon van Rijn Soy pintor y en mi taller se trabaja ------------------------------------------- Nunca partí y si lo hice alguna vez siempre regresé a mi fuente mi corazón / de luz En las secciones Luminiscencias (El Dragón Blanco) y El mirar oculto es notoria la influencia y la lectura de poetas orientales – rasgo explícito a manera de homenaje en ciertos poemas –, así como también puede rastrearse en otros tantos como economía de lenguaje, es decir, la búsqueda de una imagen sintetizadora, sincrética del todo que constituye cada texto. Hablaríamos aquí, de poemas espirituales, esenciales si resultan válidos estos términos, en contraste con poemas musculares, de amplia consistencia rítmica y estrofas a granel. A punto de vista personal, las secciones más rotundas en el poemario. En la pradera de su voz el otoño se ocultó bajo una página de nieve Y los rasgos de su generosa caligrafía extendieron / las alas del cisne que aún vemos emigrar de norte a sur En las secciones Prismas y Estridencia Lunar, se aprecia una búsqueda sonora basada en el juego de palabras, cacofonías, disonancias que aún así, van más allá de un mero ejercicio lúdico y generalmente tienen un propósito, que es el de mostrarnos el hueso desnudo de una idea: la relación pasional del poeta con el idioma, su idioma. Es nuestro tiempo observado aquí de una manera crítica, con énfasis dos hechos dominantes en el panorama contemporáneo: la guerra y los mass media. Del texto Imagen reclinada Su mano sostiene una flor una carta una granada y maldice bendice al amante soldado al país enemigo adioslasuerte adiós la suerte ¡Ah, Dios! La suerte Al ver, se crea, al ver, se transforma. Abrir el ojo y conmovernos y movernos ante el mundo. La lectura de Consolaciones de Luz nos deja el convencimiento de algo: la mirada, el acto más cotidiano del hombre, el que inaugura su día consciente y lo clausura, no deja de ser un acto quimérico, de pasión por la luz, de amor e inteligencia. |
viernes, mayo 19, 2006
Para un viernes con las nueve de la mañana degolladas
El poema de oficina sigue
las cotas de la imposibilidad,
terreno baldío nublado poco
a poco con fragmentos de sueño
y prohibiciones de reír. Acuden
playas, mantarrayas, noches de
whisky o desembocaduras de mar
en la piel.
Contraataca el reloj, en ancas
oferta la bifurcación del día:
tomar de dios el camino
o herbazales
de otredad aromizados.
las cotas de la imposibilidad,
terreno baldío nublado poco
a poco con fragmentos de sueño
y prohibiciones de reír. Acuden
playas, mantarrayas, noches de
whisky o desembocaduras de mar
en la piel.
Contraataca el reloj, en ancas
oferta la bifurcación del día:
tomar de dios el camino
o herbazales
de otredad aromizados.
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