Enero es una ascua por llegar a su fin, y antes que esto ocurra quiero compartirles un poema del potosino Félix Dauajare (1919 -). Considero que es uno de sus textos más interesantes, pues permite encontrar en resplandor el estilo definitivo de Dauajare: poesía pulcra, reflexiva, de un uso mesurado y conciso de cada palabra en pos de una claridad que alumbra, sin precisar de una imagen frondosa u oscura. Pertenece al libro Contraataque, publicado en 1978, que anuncia una metamorfosis profunda de su voz poética. Transformación que está en liga íntima con la fundación a mediados de esa década —apoyada por él, en su calidad de presidente municipal de la capital potosina— del Taller de Creación literaria de la Casa de la Cultura, que fue coordinado en sus inicios por el escritor ecuatoriano en exilio Miguel Donoso Pareja. En torno a él se conformó un grupo de jóvenes escritores aún en semilla, de los cuales algunos despuntaron rápidamente (Un ejemplo: el poeta zacatecano José de Jesús Sampedro). Entre ellos se congregó Dauajare, con humildad callada y una enorme disposición para adoptar la fuerza vital ahí reunida. Ese choque ante lo novedoso, aunado a la disposición y el rigor en la creación que imprimía Donoso Pareja, resultaron filones de aire refrescante para la estética de Dauajare, que asimiló y dio cauce y cuenta de ello en sus nuevos poemas. La recepción del libro fue, ante los lectores, muy buena y al mismo tiempo, intrigante. Cuenta Juan José Macías que su primer acercamiento con nuestro poeta —sin conocerlo en absoluto— fue a través de la lectura de este libro; al enfrentarse verso a verso con su voz, se sorprendió de encontrar en ellos un decir, al mismo tiempo, reflexivo y jovial; mezcla poco común, pues de lo primero carece el poeta en brama juvenil, y lo segundo se disipa con el peso de la palabra sobre cuerpo y aliento. Ambas cuestiones se funden en Contraataque y Sobreasalto, su siguiente libro, y terminan por decantarse a las vertientes reflexivas, patentes en su último libro publicado, Cuadernos de memoria y ceniza (2000).
fffffSi quieres amar a una ciudad, poema sin título, demuestra claramente lo anterior. El verso es fresco, libre, prescinde casi por completo de los signos de puntuación, acompañando a la estética del momento y anunciando su dominio casi total en la década de los 80 (Un vistazo a la colección Praxis/Dosfilos, nos permitiría adentrarnos más en estas cuestiones). Al mismo tiempo que revela sus aguas novedosas, la voz de Dauajare establece vínculos con lecturas filosóficas que hicieron mella en su palabra:
Un bosque por ejemplo no se muestra
si lo ahogan los árboles
altos ecos heideggerianos o pascalinos, indemostrables pero íntimos. En las últimas líneas se revela también la influencia política, ansiosa de libertad, que permeó en el poeta a través de su contacto con la juventud del taller, en total comunión con la izquierda, sostenida por el discurso de Donoso, cuya profesión política era también el socialismo —como lo fue de la mayoría de los escritores latinoamericanos en aquél momento:
La letra entra con sangre
te repetían antiguamente,
y con sangre supiste que se traman
los negocios del mundo
fffffSin embargo, el poema se muestra en su totalidad como un límite difuso: el que media entre el estar ahí y la distancia, zona en donde crecen y se abren, al pensamiento y a la sensibilia, el amor, la ternura y la pertenencia. La tierra es lo que somos cuando la vemos de lejos, ya imposibilidad; la cercanía blinda en su flujo caliente la intuición de un más: la secreta raíz de la existencia. Raíz que no se resuelve en la palabra o la poesía, pero queda entrevista: abierta y pronta a ocultarse nuevamente. Ante la precisión de Dauajare sólo queda el silencio, que él conoce bien y con el cual se compromete desde su verso.
fffffEs increíble que las obras de dos de los poetas potosinos más sobresalientes nacidos en la primera mitad del siglo XX, como Manuel Calvillo o el propio Dauajare, se vean en descrédito desde las lecturas politizadas. Se puede colocar a ambos poetas en las antípodas de los discursos políticos o históricos, encuentran sin embargo el punto más sincero de tangencia en la calidad y la finura de su voz. Dichas lecturas no revelan más que ceguera y pereza intelectual para pensar la poesía. No debemos dudar que lo anterior es causa de que la obra de Dauajare no haya sido reconocida como se merece en el ámbito nacional. El ejercicio de pensar y escribir para y desde la poesía, es algo que debe estar siempre presente en todo lugar y que nutre toda tradición —si es que esta noción existe— ya sea nacional o regional. He tomado Si quieres amar a una ciudad de La vida del relámpago (Verdehalago/ Editorial Ponciano Arriaga, 1995), cuyo atinado prólogo y recopilación estuvieron a cargo de David Ojeda, en el cual se reúne su obra (casi) completa, con excepción de Cuadernos de memoria y ceniza.
fffffSi quieres amar a una ciudad, poema sin título, demuestra claramente lo anterior. El verso es fresco, libre, prescinde casi por completo de los signos de puntuación, acompañando a la estética del momento y anunciando su dominio casi total en la década de los 80 (Un vistazo a la colección Praxis/Dosfilos, nos permitiría adentrarnos más en estas cuestiones). Al mismo tiempo que revela sus aguas novedosas, la voz de Dauajare establece vínculos con lecturas filosóficas que hicieron mella en su palabra:
Un bosque por ejemplo no se muestra
si lo ahogan los árboles
altos ecos heideggerianos o pascalinos, indemostrables pero íntimos. En las últimas líneas se revela también la influencia política, ansiosa de libertad, que permeó en el poeta a través de su contacto con la juventud del taller, en total comunión con la izquierda, sostenida por el discurso de Donoso, cuya profesión política era también el socialismo —como lo fue de la mayoría de los escritores latinoamericanos en aquél momento:
La letra entra con sangre
te repetían antiguamente,
y con sangre supiste que se traman
los negocios del mundo
fffffSin embargo, el poema se muestra en su totalidad como un límite difuso: el que media entre el estar ahí y la distancia, zona en donde crecen y se abren, al pensamiento y a la sensibilia, el amor, la ternura y la pertenencia. La tierra es lo que somos cuando la vemos de lejos, ya imposibilidad; la cercanía blinda en su flujo caliente la intuición de un más: la secreta raíz de la existencia. Raíz que no se resuelve en la palabra o la poesía, pero queda entrevista: abierta y pronta a ocultarse nuevamente. Ante la precisión de Dauajare sólo queda el silencio, que él conoce bien y con el cual se compromete desde su verso.
fffffEs increíble que las obras de dos de los poetas potosinos más sobresalientes nacidos en la primera mitad del siglo XX, como Manuel Calvillo o el propio Dauajare, se vean en descrédito desde las lecturas politizadas. Se puede colocar a ambos poetas en las antípodas de los discursos políticos o históricos, encuentran sin embargo el punto más sincero de tangencia en la calidad y la finura de su voz. Dichas lecturas no revelan más que ceguera y pereza intelectual para pensar la poesía. No debemos dudar que lo anterior es causa de que la obra de Dauajare no haya sido reconocida como se merece en el ámbito nacional. El ejercicio de pensar y escribir para y desde la poesía, es algo que debe estar siempre presente en todo lugar y que nutre toda tradición —si es que esta noción existe— ya sea nacional o regional. He tomado Si quieres amar a una ciudad de La vida del relámpago (Verdehalago/ Editorial Ponciano Arriaga, 1995), cuyo atinado prólogo y recopilación estuvieron a cargo de David Ojeda, en el cual se reúne su obra (casi) completa, con excepción de Cuadernos de memoria y ceniza.
Si quieres amar a una ciudad...
Si quieres amar a una ciudad
no debes caminar por sus calles
Debes irte muy lejos
Olvidar que alguien se inclinó sobre ti
cuando palpaste el aire
Debes irte para entender a las gentes y a las cosas
Un bosque fffffpor ejemplo fffffno se muestra
si lo ahogan los árboles
La tierra que tú llevas en la piel
sólo la sientes cuando media otra tierra
otra palabra fffffotra manera de sufrir
la libertad fffffcomo una luz que no se atreve
a gritar su presencia
se desliza blandamente en el pecho
y ahí se queda para siempre,
sólo la vemos a lo lejos con las voces atadas
Cuando las manos abandonan un cuerpo
y se marchan no sabemos a dónde
se nos descubre la ternura
La letra entra con sangre
te repetían antiguamente,
y con sangre supiste que se traman
los negocios del mundo