En días recientes visitó Zacatecas David Huerta (1949), poeta indispensable para comprender el devenir de la poesía mexicana contemporánea, y autor de una sólida obra poética—como hitos se destacan sus libros Cuaderno de noviembre, Versión e Incurable— que conjunta con su labor periodística, crítica, y docente. La razón de su visita fue la recepción del Primer Honor Literario, concedido por la Universidad Autónoma de Zacatecas, el día 3 de noviembre en el marco de la Feria Universitaria del Libro. Durante su estancia hubo oportunidad de convivir con él, de conocer en cercanía su vínculo y su apertura vital ante la poesía, honesta entrega a la palabra y al lenguaje. La siguiente charla aconteció unas horas antes de su partida, y un poco después de visitar parcialmente el museo Manuel Felguérez —debido a las obras de remodelación que en él se efectúan. Recordando el famoso verso de Quevedo, “vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos” —a pesar de la confesión gongorina de Huerta— decidimos platicar sobre los difuntos favoritos de David, toda cuenta que una obra se construye en la palabra de los otros, se preña y la difunde, limpia o infectada, en nuevos tonos, altos acordes que reproducen el caminar poético, la tradición. Así, asediando la palabra de Huerta desde la palabra de sus muertos, invitamos al lector de Piedra de Sol a que se acerque a la obra de uno de los poetas imprescindibles de la poesía mexicana del siglo xx.
Daniel Bencomo: Estamos con el maestro, ya entrañable presencia, David Huerta, para platicar un poco en torno a la poesía y en particular a sus filias, sus referentes imprescindibles, sobre los cuales hay materia para horas. David, en estos días comentaste una frase que abre el camino para la reflexión: “la derrota de Góngora es la derrota de la poesía en nuestros tiempos”. Me gustaría que abundaras...
David Huerta: Yo diría que Don Luis no está derrotado, simplemente diferido, confinado, en el purgatorio, y de ahí no hemos conseguido sacarlo. Así están las cosas. Más bien, el aplazamiento de Góngora es la derrota de muchos lectores de poesía que se lo pierden. Es una lástima, aunque hay que reconocer que la dificultad de la poesía gongorina es real, no es un invento. No puede uno decir “es un poeta fácil, léanlo”; no, como dice el maestro Antonio Carreira, si uno quiere subir al Popo, que es un logro gratificante, entonces tienes que conseguir un equipo y botas especiales; ocurre lo mismo con la poesía de Góngora. Si quieres llegar a esas cumbres necesitas estar equipado, estudiar, enterarte de algunas cosas. Pero la gratificación es enorme, como es la vista desde la cima del Popo. Habría que pensar en esos términos, no se trata de que Don Luis de Góngora esté derrotado; está pospuesto, encerrado en una especie de celda de castigo purgatorial en la que lo han puesto los críticos neoclásicos, los lectores impacientes, algunos intelectuales que no reconocen su grandeza, porque no es fácil de ver. Hay una eufonía muy grande en Góngora. Es evidente que la su poesía se escucha muy bien, está bien construida. Yo me atrevería a decir que no ha habido un poeta con un mejor oído que él, pero muchos de sus tonos se han borrado con el paso del tiempo y hay un pérdida; de ahí la necesidad de reconstruirlo, no diría que arqueológicamente, pero sí con instrumentos finos de la filología, de la estilística e incluso de la lingüística. Hay tonalidades de la poesía de Góngora que no es tan, (por no decir a la vista) tan al oído como lo estuvieron para sus lectores y admiradores del siglo xvii. Cuando uno lee o averigua lo que decían aquellos, se sorprende de la verdadera veneración que Góngora había producido en algunos de sus contemporáneos, y se sorprende todavía más, cuando toda esa admiración enorme se fue perdiendo, deshilachando, incluso convirtiendo en objeto de burla, “si tú admiras a Góngora estás loco, si no se entiende”. Entonces la admiración se preserva en unos cuantos corazones y mentes, como los de Sor Juana Inés de la Cruz, algo en lo que yo tanto insisto: el gongorismo de Sor Juana. No es el único autor al que ella aprovecha, pero sí es el principal, creo, en los términos estrictos de la poesía española.
DB: Ayer platicábamos sobre esta división, quizá artificiosa, entre conceptismo y culteranismo, que nos remite nuevamente a Luis de Góngora y a Francisco de Quevedo y la pretendida disputa. Cómo entender que el discurso de un poeta también se revela en su tratamiento del lenguaje, sus disloques, y cuyo ornato y preciosismo que son, al parecer, la razón principal del confinamiento gongorino, también pueden revelar un pensamiento profundo. Confinamiento que también compartiría Sor Juana.
DH: Hay que decir que el pensamiento de Góngora y sus poemas es un pensamiento poético, y no podemos inferir de sus poemas un sistema de pensamiento filosófico o una serie de opiniones políticas. No es un poeta ideológico, incluso una de las cosas que más me llama la atención, siendo como soy un hombre de izquierda, de la vieja izquierda mexicana, es el apoliticismo de Góngora. Su más grande exégeta, el francés Robert Jammes, es un hombre afiliado a la izquierda francesa, y no le hace el menor reparo al apoliticismo de Góngora...¿qué curioso, verdad? uno esperaría de un crítico marxista de la literatura una desaprobación al respecto, pero un hombre inteligente como Jammes, que no pone a pelear su inteligencia con su marxismo, entiende que también es una forma de protesta, es una forma de rebeldía el apoliticismo de Góngora. Pero eso no quiere decir que no tuviera posturas morales, que se expresan claramente en su poesía: entre ellas, su condena dela conquista. Dice con toda claridad en Las Soledades (y eso empieza a abrirnos los ojos respecto a la densidad intelectual y moral del poema) no es sólo preciosismo formal: El capitán de las naves que cruzaron el océano hacia América, no era el mensaje evangélico, sino la codicia (en la primera Soledad “Piloto hoy la Codicia...” D.B.). Esto es un escándalo en la España de los Austria, cómo un hombre ilustrado, esclarecido, condena la conquista, condena el fundamento de ella. Pero, ¿Quién se atreve a decir eso en la España de los Austria? No lo dice Lope, no lo dice Quevedo, lo dice Góngora, es decir, un poeta rebelde.
DB: Y ahí es donde sus versos revelan la lectura de estoicos, de epicúreos. Hay un pensamiento que, si bien no brota en un sistema, está presente, incluso de manera más saludable.
DH: Definitivamente.
Simon Vouet, El tiempo vencido por el Amor, la Esperanza y la belleza, 1627
Donde se prosiguen algunas aventuras del maese Huerta con la poesía y los poetas, mas otros no esperados menesteres, dignos de ser relatados.
Daniel Bencomo: David, continuando con esta vertiente de la poesía, según nos acabas de comentar, ¿qué representa para ti la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, cómo abordas su lectura, cómo sientes la valoración que se hace actualmente de su obra?
David Huerta: Tengo que decir que para mí y en general, para cualquier lector mexicano que se acerque a la obra de Sor Juana con los ojos abiertos y el corazón en su lugar, ésta representa la parte más valiosa de la literatura mexicana; no la única, pero sí la más valiosa. Da mucho gusto que sea una mujer la figura principal en la literatura de este país machista, aunque cuál nación no lo es. Sin embargo llama la atención el destino tan disparejo de Sor Suana, que en eso acompañó a su maestro Góngrora, ella también estuvo en el purgatorio poético, y de ahí la rescató un hombre de méritos inmensos, Amado Nervo, con su libro de 1910 que se titula Juana de Asbaje. Gran mérito el de Nervo, que curiosamente,¡ahora está en el purgatorio! Sor Juana subió en la bolsa de valores poéticos y ahora a Nervo lo colocamos entre los trastos viejos de la cursilería. Siempre recomiendo a Amado Nervo a los jóvenes lectores de poesía. A Darío, a Martí, a Neruda.
D.B. : Pareciera que en esta suerte de montaña rusa del reconocimiento y la valoración poética, que también se torna en ruleta rusa, muchos autores, como Nervo, o Manuel José Othón, son relegados, sobre el cual quisiera, una vez más, nos refiereras tu relación.
D.H. : Es una lectura accidentada. En mi biografía como lector, Othón es una lectura escolar al inicio, aunque concí antes algunos poemas suyos que se leían en voz alta en mi casa...Bueno, sabrás que en mi casa se vivía un ambiente peculiar...se leía mucha poesía e incluso había poetas ahí, qué calamidad [risas]. Si me preguntan cómo conocí la poesía, respondo que conocí primero a los poetas antes que a la poesía, que eran unos señores muy simpáticos, generalmente muy cariñosos, muy a todo dar... [risas]. En esto me parezco un poco a Alfonso Reyes, que conoció a Othón en su casa y que le tuvo siempre mucho amor, a él como persona, con el que tuvo una relación muy estrecha, y también como poeta. Los textos de Reyes acerca del Othón poeta inician una revaloración similar a la que inicia Nervo con Sor Juana. La revaloración de Sor Juana sí continúo hasta bien entrado el siglo veinte, se desplegó el sorjuanismo, en cambio no hemos tenido nunca un othonismo en el siglo pasado. Ha habido algunos estudiosos, Marco Antonio Campos ha hecho cosas importantes en años recientes y desde luego la obra méritísima del padre Joaquín Antonio Peñalosa. Para mí Othón es uno de los grandes poetas mexicanos. Su destino está sellado por la desgracia, debido a que no se le considera un precursor; pero eso es precisamente lo que no fue Othón: él tenía su personalidad propia, un poeta singular que merece ser leído con la atención, independientemente de la visión diacrónica que de él se tiene, hay que verlo en su mismidad...
Dibujo de Julio Ruelas, para ilustrar la Revista Moderna, (hacia 1906)
D.B. : Es tal vez un poeta crepuscular, afirmación que puede contrastar con el vitalismo del verso de Othón; crepuscular en el sentido de que finaliza un un periodo de la poesía, pero esa luz crepuscular permite al poeta ver todas las cosas y toda la poesía muy afiladas.
D.H. : Sí, a mí me sorprende enormemente la inteligencia de Othón, que se manifiesta en su destreza formal, primer y último momento en que se manifiesta la inteligencia de un poeta. Los endecasílabos de Othón son verdaderamente maravillosos. Entonces, sus malos humores contra el modernismo y las nuevas escuelas, son muy explicables a la luz de la matriz de su pensamiento poético, que tiene alguna relación con el romanticismo, con la poesía del paisaje, con el simbolismo francés. Creo que tiene alguna relación con un poeta como Joaquín Arcadio Pagaza y que seguramente leyó a Víctor Hugo, a los grandes románticos ingleses, Lord Byron, Shelley. Habría que ir buscando esa perspectiva amplia, queda mucho trabajo para echar a andar en el 150 aniversario de su natalicio, que a todos se nos ha pasado y hemos diferido a Don Manuel José, que es un poeta muy admirable, especialmente en el Himno de los Bosques y la Elegía.
D.B. : Antes de continuar con los poetas que nos ocupan este mediodía, quisera que nos hablaras un poco acerca de la poesía medida. A veces a los versolibristas se nos olvida este fundamento, humus necesario para todo gran poeta; como para todo pintor la base es la técnica, al igual que con el poeta lo es la métrica y la rima. Has comentado en algún artículo que si bien el futuro de la poesía rimada es incierto, pues hay pocos que se la juegan con ella, es importante tambien para los versolibristas “conocer al enemigo”.
D.H. : Sí por supuesto, y muchos caen derrotados por el enemigo y pasan a formar parte de sus filas. Cada uno hace su destino poético. En cuanto a la métrica, desde luego se trata de cuestiones técnicas en un plano determinado, que sería el escolar, pero yo diría que hay una inteligencia depositada en el manejo formal, pero más todavía en el manejo formal de las palabras, de los sintagmas, las estrofas. Es muy interesante lo que ocurre en determinado momento, cuando nos preguntamos qué contenidos ponemos en los vasos de la métrica...eso no importa. El contenido no importa, la significación es el peor enemigo de la literatura y especialmente de la poesía. Lo que importa es la forma. La significación es la amenaza de la poesía, el contenidismo. Sí queremos decir cosas, sin duda las decimos, no podemos evitar el arrastre semántico del contenido de las palabras, su carga connotativa, etc. Veamos las cosas con calma, en santa paz, pero hagámonos cargo de que el problema es la forma. Ella es el verdadero demonio que tenemos que derrotar. Tanto para los versolibristas, de los que yo formo parte, como para quienes se ocupan de escribir con metro y rima. O con puro metro, hay muchas posibilidades. Piedra de sol, un poema tan celebrado, está escrito en endecasílabos sin rima, en verso blanco; hay que tener los ojos abiertos a ello. Muchas veces los versolibristas se colocan por desgracia en la retaguardia de un romanticismo muy chirle, pues piensan que lo que importa es expresar mi sentimiento o mi pensamiento; pero lo que importa es que cuadres bien tus versos, que tú, inventes pautas, regularidades, el arte está hecho de regularidades. Como los organismos vivos, si quieres que el poema esté vivo, trabaja con esas regularidades, simetrías. Si quieres saber cómo se ha hecho bien, vuelve a la poesía clásica o tradicional del siglo XVI con Garcilaso, Fray Luis de León y más adelante con Darío, o Neruda, cuyo fondo métrico es evidentemente clasico. Neruda reelabora la poesía tradicional, con su estilo inventa formas para reelaborar los módulos compostitivos con una gran originalidad, quiero decir, no innova mucho: en eso consiste la gran originalidad. No romper todo y armar un desbarajuste, sino establecer una serie de estrategias ante la tradición. Si la vas a ignorar tienes qué saber porqué y como, o si la asumes, tienes que saber porqué vías. Si prefieres a San Juan o a Fray Luis, Milton o Dante; tu postura frente a la prosa, si la entiendes como lo hace Darío en Prosas Profanas o como la novela comercial. Hay un montón de trabajo por hacer en la mente del poeta y en su mano escritora. No hay nada por hacer, sólo que el poeta es un despistado y se dedica al verso en lugar de estar especulando en la bolsa de valores. Pero si se está metido en esto que sea con compromiso.
Donde concluyen las aventuras y entuertos del maese Huerta en los manchegos campos de la poesía, registradas por un escudero vil, junto con otras finezas.
D.B. : Quisiera preguntarte ahora por la figura vertiginosa de José Carlos Becerra. ¿Tuviste alguna relación personal, hay ecos de su obra en la tuya?
D.H. : José Carlos es como un hermano mayor. Lo vi de lejos un par de veces, y también trabajando con un grupo de poetas jóvenes en una sesión de taller universitario, a la que él asistió. Él era muy joven entonces, pero para nosotros, de diecisiete o dieciocho años, era ya un poeta mayor, con publicaciones, que tenía ya un reconocimiento. Estaba a punto de emprender el viaje a Europa. Murió en Italia, en Brindisi, en el mismo lugar donde murió Virgilio, cosa que a nosotros nos pone muy emocionados, qué pasa ahí, qué quiere decir eso, una muerte llena de simbolismo y muy conmovedora. Me da tanta pena ver ese libro de Siglo XXI , “Poesía joven de México”, porque ya se ha ido gente entrañable. Alejandro Aura, Raúl Garduño, José Carlos Becerra. Con los tres tenía una relación muy fraternal, pero diferente. Con José Carlos era un hermano distante, con mucha autoridad, con muchas vías poéticas con las cuales yo me podía identificar, al igual que lo hicieron muchos otros de mi generación. Alejandro Aura fue una figura muy cordial, llena de frescura. No me identificaba tanto con él poéticamente, pero creo que a lo largo de la relación poética y personal que tuvimos, fui capaz de reconocer que lo que él hacía era muy valioso, aunque no se pareciera a lo que a mí me gusta cuando leo. Sin embargo, podía reconocer los valores que hay en la poesía de Alejandro. En el caso de Raúl Garduño, me cuesta más trabajo decirlo, pero su muerte me dejó devastado, como otros amigos que se dedicaron a la poesía pero que poco se habla de ellos. No quiero ponerme sentimental, pero sí los recuerdo con mucha tristeza. El único poeta que queda vivo de aquel volumen es Leopoldo Ayala, que hasta donde tengo noticia, ha dejado la poesía por la paz. Es el único que vive de esos cuatro antologados.
D.B. : Al hablar de José Carlos Becerra y Garduño, es inevitable hablar de uno de los poetas con el que tienes una relación muy estrecha, al cual le has dedicado mucho de tu tiempo, una antología como La muerte de Narciso, que es José Lezama Lima, ¿Qué representa Lezama para ti?
D.H. : Es un poeta que representa un problema continuo. Al mismo tiempo es una fuente casi inagotable de gusto y de sorpresas y de emociones intelectuales y poéticas. La escritura de Lezama es fronteriza. Era un loco inmenso, oceánico. Cuando quise preparar un libro para la imprenta, que se publicó en 1987, le puse un título que venía directamente de su lectura. Para disgusto de muchos amigos míos, esteticistas, que me dijeron “qué horror” cómo le quieres poner así a ese libro”, se iba a llamar Caldo. Me acuso de debilidad, pues le cambié el título por la presión de la sociedad poética (risas). Se llamó finalmente Incurable. Pero se iba a llamar Caldo. Precisamente por los caldos criollos de Lezama,y porque esa palabra en México tiene muchos sentidos: eróticos, gastronómicos, curativos; es un italianismo que quiere decir caliente. Me encantaba su riqueza de sentidos, pero fui derrotado por los esteticistas que me decían: “es un horror, esa palabra para un título de un libro, te vas a hundir tú solo”. Ahora pienso que hice mal, me habría gustado hundirme con él. Ahora me hundo con un título bonito, que es Incurable. De todas maneras me hundí (risas).
D.H. : Sí, a mí me sorprende enormemente la inteligencia de Othón, que se manifiesta en su destreza formal, primer y último momento en que se manifiesta la inteligencia de un poeta. Los endecasílabos de Othón son verdaderamente maravillosos. Entonces, sus malos humores contra el modernismo y las nuevas escuelas, son muy explicables a la luz de la matriz de su pensamiento poético, que tiene alguna relación con el romanticismo, con la poesía del paisaje, con el simbolismo francés. Creo que tiene alguna relación con un poeta como Joaquín Arcadio Pagaza y que seguramente leyó a Víctor Hugo, a los grandes románticos ingleses, Lord Byron, Shelley. Habría que ir buscando esa perspectiva amplia, queda mucho trabajo para echar a andar en el 150 aniversario de su natalicio, que a todos se nos ha pasado y hemos diferido a Don Manuel José, que es un poeta muy admirable, especialmente en el Himno de los Bosques y la Elegía.
D.B. : Antes de continuar con los poetas que nos ocupan este mediodía, quisera que nos hablaras un poco acerca de la poesía medida. A veces a los versolibristas se nos olvida este fundamento, humus necesario para todo gran poeta; como para todo pintor la base es la técnica, al igual que con el poeta lo es la métrica y la rima. Has comentado en algún artículo que si bien el futuro de la poesía rimada es incierto, pues hay pocos que se la juegan con ella, es importante tambien para los versolibristas “conocer al enemigo”.
D.H. : Sí por supuesto, y muchos caen derrotados por el enemigo y pasan a formar parte de sus filas. Cada uno hace su destino poético. En cuanto a la métrica, desde luego se trata de cuestiones técnicas en un plano determinado, que sería el escolar, pero yo diría que hay una inteligencia depositada en el manejo formal, pero más todavía en el manejo formal de las palabras, de los sintagmas, las estrofas. Es muy interesante lo que ocurre en determinado momento, cuando nos preguntamos qué contenidos ponemos en los vasos de la métrica...eso no importa. El contenido no importa, la significación es el peor enemigo de la literatura y especialmente de la poesía. Lo que importa es la forma. La significación es la amenaza de la poesía, el contenidismo. Sí queremos decir cosas, sin duda las decimos, no podemos evitar el arrastre semántico del contenido de las palabras, su carga connotativa, etc. Veamos las cosas con calma, en santa paz, pero hagámonos cargo de que el problema es la forma. Ella es el verdadero demonio que tenemos que derrotar. Tanto para los versolibristas, de los que yo formo parte, como para quienes se ocupan de escribir con metro y rima. O con puro metro, hay muchas posibilidades. Piedra de sol, un poema tan celebrado, está escrito en endecasílabos sin rima, en verso blanco; hay que tener los ojos abiertos a ello. Muchas veces los versolibristas se colocan por desgracia en la retaguardia de un romanticismo muy chirle, pues piensan que lo que importa es expresar mi sentimiento o mi pensamiento; pero lo que importa es que cuadres bien tus versos, que tú, inventes pautas, regularidades, el arte está hecho de regularidades. Como los organismos vivos, si quieres que el poema esté vivo, trabaja con esas regularidades, simetrías. Si quieres saber cómo se ha hecho bien, vuelve a la poesía clásica o tradicional del siglo XVI con Garcilaso, Fray Luis de León y más adelante con Darío, o Neruda, cuyo fondo métrico es evidentemente clasico. Neruda reelabora la poesía tradicional, con su estilo inventa formas para reelaborar los módulos compostitivos con una gran originalidad, quiero decir, no innova mucho: en eso consiste la gran originalidad. No romper todo y armar un desbarajuste, sino establecer una serie de estrategias ante la tradición. Si la vas a ignorar tienes qué saber porqué y como, o si la asumes, tienes que saber porqué vías. Si prefieres a San Juan o a Fray Luis, Milton o Dante; tu postura frente a la prosa, si la entiendes como lo hace Darío en Prosas Profanas o como la novela comercial. Hay un montón de trabajo por hacer en la mente del poeta y en su mano escritora. No hay nada por hacer, sólo que el poeta es un despistado y se dedica al verso en lugar de estar especulando en la bolsa de valores. Pero si se está metido en esto que sea con compromiso.
Donde concluyen las aventuras y entuertos del maese Huerta en los manchegos campos de la poesía, registradas por un escudero vil, junto con otras finezas.
D.B. : Quisiera preguntarte ahora por la figura vertiginosa de José Carlos Becerra. ¿Tuviste alguna relación personal, hay ecos de su obra en la tuya?
D.H. : José Carlos es como un hermano mayor. Lo vi de lejos un par de veces, y también trabajando con un grupo de poetas jóvenes en una sesión de taller universitario, a la que él asistió. Él era muy joven entonces, pero para nosotros, de diecisiete o dieciocho años, era ya un poeta mayor, con publicaciones, que tenía ya un reconocimiento. Estaba a punto de emprender el viaje a Europa. Murió en Italia, en Brindisi, en el mismo lugar donde murió Virgilio, cosa que a nosotros nos pone muy emocionados, qué pasa ahí, qué quiere decir eso, una muerte llena de simbolismo y muy conmovedora. Me da tanta pena ver ese libro de Siglo XXI , “Poesía joven de México”, porque ya se ha ido gente entrañable. Alejandro Aura, Raúl Garduño, José Carlos Becerra. Con los tres tenía una relación muy fraternal, pero diferente. Con José Carlos era un hermano distante, con mucha autoridad, con muchas vías poéticas con las cuales yo me podía identificar, al igual que lo hicieron muchos otros de mi generación. Alejandro Aura fue una figura muy cordial, llena de frescura. No me identificaba tanto con él poéticamente, pero creo que a lo largo de la relación poética y personal que tuvimos, fui capaz de reconocer que lo que él hacía era muy valioso, aunque no se pareciera a lo que a mí me gusta cuando leo. Sin embargo, podía reconocer los valores que hay en la poesía de Alejandro. En el caso de Raúl Garduño, me cuesta más trabajo decirlo, pero su muerte me dejó devastado, como otros amigos que se dedicaron a la poesía pero que poco se habla de ellos. No quiero ponerme sentimental, pero sí los recuerdo con mucha tristeza. El único poeta que queda vivo de aquel volumen es Leopoldo Ayala, que hasta donde tengo noticia, ha dejado la poesía por la paz. Es el único que vive de esos cuatro antologados.
D.B. : Al hablar de José Carlos Becerra y Garduño, es inevitable hablar de uno de los poetas con el que tienes una relación muy estrecha, al cual le has dedicado mucho de tu tiempo, una antología como La muerte de Narciso, que es José Lezama Lima, ¿Qué representa Lezama para ti?
D.H. : Es un poeta que representa un problema continuo. Al mismo tiempo es una fuente casi inagotable de gusto y de sorpresas y de emociones intelectuales y poéticas. La escritura de Lezama es fronteriza. Era un loco inmenso, oceánico. Cuando quise preparar un libro para la imprenta, que se publicó en 1987, le puse un título que venía directamente de su lectura. Para disgusto de muchos amigos míos, esteticistas, que me dijeron “qué horror” cómo le quieres poner así a ese libro”, se iba a llamar Caldo. Me acuso de debilidad, pues le cambié el título por la presión de la sociedad poética (risas). Se llamó finalmente Incurable. Pero se iba a llamar Caldo. Precisamente por los caldos criollos de Lezama,y porque esa palabra en México tiene muchos sentidos: eróticos, gastronómicos, curativos; es un italianismo que quiere decir caliente. Me encantaba su riqueza de sentidos, pero fui derrotado por los esteticistas que me decían: “es un horror, esa palabra para un título de un libro, te vas a hundir tú solo”. Ahora pienso que hice mal, me habría gustado hundirme con él. Ahora me hundo con un título bonito, que es Incurable. De todas maneras me hundí (risas).
Fragmento de Árbol de la vida, artesanía michoacana.
D.B. : Cambiando un poco la vocación de las preguntas, quisiera preguntarte por una figura que a partir de los años ochentas irrumpió y ahora ha vuelto a la discusión, que es la figura de Ulises Carrión.
D.H. : Debo decirte que no tengo mucha idea de él. Vi algunas cosas que hizo sobre las coplas manriqueñas, pero literalmente sólo las vi, y me dije “debo ser un bruto porque esto no me llama la atención, no me entusiasma, no me dice nada”. Son mis limitaciones. Tengo una manera de leer las coplas que aprendí de los grandes maestros, Pedro Salinas, Claudio Guillén, los filólogos comparatistas poetas. Sé que Carrión entusiasma a muchos poetas jóvenes, como uno muy inteligente como Luis Felipe Fabre, que le dedicó un ensayo muy interesante a Ulises Carrión, y espero no morirme sin entender los dones de la obra de Carrión y estudiar los asedios críticos de Fabre.
D.B. : Pareciera que los poetas se mueven a orillas del Leteo, a veces se mojan los pies en él, otras se alejan y toman distancia del olvido. Por giros muy interesantes, muchos de los olvidados vuelven a ser leídos, se reincorporan a la tradición vía las nuevas generaciones y obtienen nuevo reconocimiento y ediciones. Como Gerardo Deniz. ¿Cómo es tu relación con el poeta y su obra?
D.H. : Antes que nada es una relación personal. Pero ya que estamos aquí te comparto algo que a mí me da mucho: Ayer crucé por la calle Roberto Cabral del Hoyo, aquí en Zacatecas, y entonces se me vino una gran emoción. Estoy muy sentimental, tendrás que acomodar las cosas (risas). Conocí a don Roberto en las oficinas del Fondo de Cultura Económica, en los mismos días que conocí a Gerardo Deniz, cuyo nombre real es Juan Almela. Para mí están unidos en la memoria, en mi andadura vital. Entre ellos tenían una amistad muy grande. Hay algún poema de Deniz dedicado a Cabral del Hoyo. Es de su poesía juvenil, aunque Deniz empezó muy tarde. a los treinta y tantos, gracias a los buenos oficios de Octavio Paz. Si hoy conocemos la obra de Deniz, se debe en parte al estímulo que le brindó Paz, en sus primeros pasos en el mundo poético, pues el quería ser químico o músico. Decía, de una manera que incomodaba a muchos colegas: “si la poesía es la quinta o la sexta de mis vocaciones, no es la primera; yo soy científico del dato duro”. Es un hombre portentoso, lo he tratado durante casi cuarenta años. Gran amigo, de una sabiduría inmensa y malos humores nietzschieanos, muy frondosos y saludables. Siempre dice lo que piensa, en este mundo donde eso no se acostumbra. Un hombre de absoluta ruptura, no ha comprado ninguno de los valores en circulación, ni los prestigios. No le ha ido muy bien, aunque poco a poco se le otroga el sitio que merece como uno de los grandes poetas de la lengua española. Tuve la oportunidad de presentar a uno de mis grandes maestros, Antonio Carreira, con Gerardo Deniz, y asistí a sus maravillosas conversaciones que no versaban sobre poesía, sino sobre música, dos melómanos feroces. Me habría encantado grabarlos (risas). Carreria ha estudiado algunas zonas de la poesía de Deniz. Se podría hablar largo rato de Deniz.
D.B. : David, ya para finalizar, ¿cómo ha sido esta última visita en Zacatecas, qué experiencia te llevas?
D.H. : Tenía mucho tiempo sin venir, aunque me gusta mucho la ciudad y la he disfrutado. Está llena de amigos, he conocido gente nueva. Para mí viajar es una manera de refrescarme. No es un viaje corto, pero regreso a la ciudad con las pilas llenas. Me sentí muy bien tratado por la gente, por la Universidad, por los jóvenes en el coloquio literario. Fue una emoción muy grande. Me quedo con unas ganas enormes de volver, de trabajar con la poesía de este lugar.