Toma el fuego la consistencia del verbo: es máscara animal de todo hombre. Fue el mejor amigo hasta que al humo lo ataron: su cadena y memoria. Ahora el cuerpo luminoso y ardiente, acude escaso a la ciudad, mas se embriaga al refluir entre otras manos. Poco en estufas y calentadores, murmullo en el cigarro y el alba. Un joven lo refriega con el látigo y lo mueve. Lo pone a arder en público. Forjada melodía sin rumbo, vuelve la llama a atravesar el porque sí: regresa a conocer el primer fuego, útero de dioses y sonidos. Baila entre los tiempos, comunica lo improbable con el frenesí de los labios: canta.
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Claro es el rumor de las cantinas, arde su epicentro en el fondo de botellas. Hay que remar para vencer a la cantera y al desvelo y a la santa mocedad de las galaxias. De tanto en tanto hay un silencio: se anuncia el día en la fronda de la fiesta. El contrabajo auxilia: resana la grieta donde ya se asoma el sol.