viernes, octubre 19, 2012

Aulicino

Dos poemas de Jorge Aulicino (1949, Buenos Aires). El primero de ellos, «Rosebud» pertenece al libro Paisaje con autor y es para Fabián Casas, como afirma en su excelente ensayo «Permanencia bajo el arce», el poema al que más ha vuelto en su vida lectora. El segundo es el poema «Árboles» que cierra el volumen Almas en movimiento. La obra de Jorge Aulicino se puede consultar en su blog Estación Finlandia y puede seguirse una selección-itinerario de su lectura de poesía en Otra iglesia es imposible. 

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Rosebud

Es decir estuvo lo suficientemente solo bajo la rama de un arce. 
Levantó los ojos, los bajó, con infinita insistencia. 
Se privó de todo. 
Y cuando levantaba la vista veía: el arce 
-una palabra-; humo, una nube amarilla. 
Y cuando bajaba la vista veía una mata de pasto aplastada 
donde habitaban unas moscas grises. 
El hecho finalizó hacia la primavera de 1956. 
Cuando presentó su experiencia a los mayores, 
ellos entendieron que el chico volvía de la guerra de guerrillas, 
porque en realidad no dijo una palabra. 
"Este chico hablará el día del Juicio", dijo la abuela, 
pero se equivocaba. 
Aquella permanencia bajo el arce -una palabra- 
había sumido al chico en esta reflexión: 
"Tengo la potestad de irme de las palabras, 
lo que significa lisa y llanamente irme. 
Y, de permanecer bajo el arce -una palabra- 
no puedo decir nada, puesto que soy un chico bajo el arce". 
No había que entender que aquello significara nada. 
Excepto que el chico estaba bajo el arce, definitivamente 
perdido para los significantes, 
en una eternidad que carecía de sentido.


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Árboles
El tallo que detiene el ojo
crece un centímetro por día
en la ansiedad del día.
A un centímetro por día el tallo crecerá
3,65 metros anuales.
Pero el ojo engaña:
El árbol joven del jardín
No crecerá hasta esa altura en un año.
Hoy, solamente ahora, crece
un centímetro diario.

No durmió bien el observador.
El jardín, en un barrio
que hace cien años fue rico
tiene plantas frondosas, oscuras, frescas.
El árbol joven, ensimismado entre ellas,
insolente y frágil,
no promete una copa frondosa
ni pájaros ni el suavísimo sonido a sedas
de las hojas de los otros árboles
pero crece, hoy, 3,65 metros anuales.

El momento es absoluto
para los árboles mayores,
lentos o eternos
con velocidad de acuario,
y para el tallo nuevo,
ágil y voraz.
Tallo que no entiende, como los árboles mayores,
que su objeto es limitar el infinito,
no conquistarlo;
este tallo joven quisiera, en su velocidad,
abarcar con su copa, ramificada millones de veces,
el espacio completo,
hasta anular todo dibujo del espacio
entre sus futuras ramas y sus futuras hojas.
Lo comprende bien el hombre que no durmió esta noche.
Su espíritu es
los árboles:
los viejos
y el nuevo.

2 comentarios:

costa sin mar dijo...

!!!!!!!!!!!!!

Daniel Bencomo dijo...

Eit Costa, qué tal Aulicino? Visité tu blog, hay cosas muy chidas. Saludos.