miércoles, julio 02, 2014

Dos poemas de Clayton Eshleman

Estos poemas de Clayton Eshleman (Indianápolis, 1935), en traducción de José Manuel Velázquez, aparecen en el libro Sealoque (Whatever), Mantis Editores, 2013.



Portrait of George Dyer talking (1963), tomado de aquí.


ESPÍRITUS EN LA CABEZA

[Estudios de Bacon]

¿Quieres recuperar la integridad original?
Entra de nuevo al caos.
Asesina tu propia existencia profana.
Vuélvete una calavera de chocolate, envuelta en paños
            blancos, los dientes cocidos, cuencas de cáscara
            cerrada.
¿El instante de la aurora previo a la existencia?
La muerte es un rito de pasaje, no un fin.
En el vuelo, la erección se vuelve El Árbol de la Vida.
Soy un cuerpo posado en el follaje de mi esqueleto
            desperdigado.
Del barro bajo las uñas de Satán hice un túmulo
            donde descansar.
Un animal entra en una cueva y emerge transformado
            en hombre.
Un hombre entra en una cueva y deja su animal en
            el muro.
El animal en el muro: cosméticos de tierra, cosmoéticos,
            maquillaje en el espacio interior.
Espíritus de la cabeza.
Ceja de madera sin lijar.
Mi ojo izquierdo un rubor de sangre y esperma.
Esfera ocular: un conejo hecho bola en una jaula.
Un jalón de pelo mohawk almidonado con hollín.
La cabeza interior, versión apaleada de alguien más.
El trancazo en la mandíbula, un puñetazo en la
mandíbula masculina, bala castrada de la
mandíbula prognata.
Ojo como un cráter lunar.
La diana del ojo.
Ojo cerrado bajo un cerebro que enciende géiseres
y escinde fontanelas.
Yo no tengo mandíbula y tengo largas, largas
orejas, mi garganta se extiende hasta mis ojos.
Espíritus de la cabeza.
Mostacho de marga y baba.
Cara de olas, de multitudes serpenteantes.
Cara pajarera, aguilera de mapaches y búhos.
Rabillo del ojo, arena movediza de una mirada.
Y, entonces, George Dyer –un espíritu de la cabeza
            si alguna vez hubo alguno–
volteado para mostrar en perfil
el desenraizado, continente excavado por un
colmillo de su cara,
asunto vendado con párpados y bigotes.
Dyer muerto, con labios de abejorro.
Dyer con un cono de nieve de sangre de nariz hurgada.
Cráneo con nimbos de acero alemán y oro.
Feliz navidad, Sr. Desorden, estoy aquí para
interrogar los nimbos de sus pulmones.
Aquí para engastar sus costillas con botones de
metal, solapas de terciopelo.
Cabeza en división rotacional, un solo ojo, boca y
            terrina de orejas.
Dios se ha retraído del Cráneo del Diablo,
            desde donde dispara telarañas al culo
            de la humanidad.
Dentro de la cara, el Bosco trabaja el surtidor: la boca
            acuchillada hacia el ojo, el ojo moreteado, jardín
            encurtido de amanitas trituradas y sables ciegos.
Pozo de la cara, cementerio enfrentado al caos.
El cerebro como una tina de médula llena con las
            manos rebanadas de científicos.
Cabeza de hueso, de espíritu, cabeza irrompible.
Cabeza destruida e intacta como huevo de granito.
Linchado cuello de lenguas amontonadas invisible a
            los niños que prenden fuego a sus dedos del pie.
Mosca del ojo humano, taciturna mientras excreta.
Zapato de nueve de la boca de George Dyer plantado
            en el hielo.
¿Cuánto blanco puede soportar una cabeza? ¿Puede
            asimilar la supremacía, el cielo? ¿Puede enfrentar
            el enrojecido campo de batalla de la mirada
            de tenazas de hombre envalentonado con su
            hermano?
¿Puedo hacer el ladrido indecible para verificar que
el blanqueamiento racial nunca tuvo éxito en
ponerle puertas a la comunidad de las almas?
Cabeza en su cuerpo de cabello, cabeza homuncular,
            mirada alquímica de un cuerpo de cabello a
            través del cual la masilla del rostro se tritura.






Three Studies for Portrait of Henrietta Moraes' (1963), tomado de aquí.


ESTUDIOS DE BACON (IV)

“Bacon, el cazador de cabezas”


Los retratos de Bacon (cabezas) están hechos de semen, sangre y hollín.

La cabeza de George Dyer –cazada implacablemente en los años 60– se compone de maltratados tornillos irregulares, trozos de roca embarrados de semen, cuencas llenas de hollín empaquetado, la cabeza como un cuerpo, calcetín tiznado de sangre y esperma.

Rostros donde un perro se sacude contra la correa mientras intenta darle la vuelta a la cabeza perrera.

Cabezas enjabonadas con blanco, como si el cerebro fuera semen, como si la extensión del lugar de la vida fuera la médula en los huesos masculinos.

George Dyer sin conocimiento de quién es él,
escoriado metal, mineral castigado,
ronquido en choque, en estrés disimulado,
helada carne azul, una nariz anal rosa enrollada,
sin conocimiento de quién es,
mentón que gotea heces,
con no cimiento, no es.

La cara de Isabel Rawsthorne, sibila y gato de callejón.

Rawsthorne como una cabeza de cuero o como una cabeza de colmena de pelo en un pequeño cuerpo de cabello, carne torcida como por una navaja rotatoria.

Hay un museo de policía en el cabello gore magenta y negro de Henrietta Moraes, envuelto por todos lados y enroscado en su cráneo.

Bueno, ¿es cruel o no ver un “hombre elefante” en un rostro amado? ¿O lo es aceptar la oportunidad y el destino que trepó a bordo de la balsa fetal del modelo?

¿Deshonra uno la sexualidad al ver la cabeza como tripa genital? ¿Bacon clava, en efecto, agujas vudú en sus retratos? ¿Está diseñada su arremolinada bravura para eliminar el dolor de estas cabezas trofeo?

En techumbres de sangre, semen y hollín, la existencia se para de frente sobre la carga de profundidad de la ausencia absoluta.

¡Ah, el agua de seltz del ser, la carbonatada, antigüedad carbonífera del siempre evaporado ser!





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