jueves, junio 11, 2015

Tres poemas de Hoyo 13. Novela Barrial, de Rafael Espinosa

Estos tres poemas pertenecen a Hoyo 13. Novela Barrial, de Rafael Espinosa (Lima, 1962), publicado por Librería Inestable en 2013:

Cap. 6


Se parece a nadar estilo libre incorrectamente.

Se parece a un empleo insuficiente de la libertad.

Se parece a ser interrumpida por los perros del barrio cuando llego adonde los peluqueros

y me cuentan cómo en sus años de adolescentes, la felicidad se condecía

con perder en el mar una sandalia.

¡Una sandalia en que habían gastado dinero y en la cual bamboleándose se iba y venía la moda

y la figura de ellos sobre la orilla se borraba y aparecía una época más adelante!

Como los primeros seres vivos, digo yo,

en las mismas estructuras sociales.

Qué bueno es que los peluqueros, con sus chaquetas blancas de doctores, sean solo ellos mismos,
hablen mientras trabajan con nuestro reflejo, se esmeren en seguir las líneas del destino de la cabellera;
no cobren por hacer preguntas sobre el pasado.

Yo les dije que un amor secreto existe para hacernos caminar

y darnos de bruces con su local de repente,
soportando la perla del mundo.

Procedimos

a la vez que mi hermana, al fin de su visita a mi padre, pensaba que no es así,

que el mejor amor acontece entre un organismo activo y un organismo yerto.

El cementerio de pastos verdes como el modelo de la mancomunidad.

El hipódromo, para ellos, como regresar espiando huertos después de perder en las carreras.

Raro salir de la peluquería, con el pelo recién cortado, portando un milenio de paz en la cabeza.
Quisiera nunca más hablar.

Saludo nada más por telepatía.

A cambio, pequeñas voluntades niegan que exista el silencio, la puerta gimoteando.
Experimentarlo es un teleférico,
abajo la gente teniendo penas y haciendo los ruidos del sexo.



Cap. 15


No solo en las clínicas psiquiátricas, donde los pacientes tienen anhelos de palomas, hay peleas.
También en la plaza las palomas a las que se dona maíz encuentran la forma de entrar en batalla.
No fue seguramente el fin del que la diseñó que tuviese la vida de pandilleros o empresas.

Más bien puede pensarse que concibió ubicarlas todas en un puerto
para divisar lo que es bueno por hondo,

la carga que viene, la carga que va.

A mí también se me ocurre una idea: convertirme en un gusano

para despertar al tipo de la estatua

y, si antes no gatilla el rifle, preguntarle por qué es preferible matar enemigos;

por qué es mejor que comer humus y tierra

o escuchar el agua subterránea
cuando todos los indicios apuntaban a que defendía solamente una mesa rectangular.
Así será el brocado de la democracia.
Así las especies devoran energía solar en un ágora.
Mientras los presentes, disfrutando un poco de aire en sus sitios, parecen del todo satisfechos
con ser unos pervertidos sexuales de la coexistencia social; a fin de cuentas

han llegado hasta allí para oír con sus vasos capilares a los abejorros, y apenas eso.

La plaza, debo colegir, es el lugar únicamente de las sensaciones bellas.
Y también el asiento en que es bueno pelar el plátano
que me regaló el verdulero
para más potasio y mejor vida.

Total, es un mundo físico y rememorar cada destello de un arete de perlas llevará cien años.
Crea una galería de sortijas y casados, que descansan en el cuarto de los niños.

Nosotros también estamos algo dormidos, acunados en la radiación de fondo del desastre.
Pensamos en cosas, como un distrito financiero desierto.

Hasta que alguien nos recuerda que está prohibido imaginar asuntos en las áreas municipales.



Cap. 16


Un amigo del que he olvidado todo, salvo que actuaba hace mucho en videojuegos,
me enseñó la fórmula para escapar de cualquier sitio.
Basta con ponerse tan triste que se confunda suicidarse con caminar,

escogiendo siempre caminar.
Adiós, aves alegóricas,

sigan acostándose con los que pierden la tarde leyendo sobre la farándula.

Percibir bien, entender mal, es mi concubina.

Y lo que le gustaría a cualquiera en este instante, todavía más que comer lentamente otro plátano,
es ser un helipuerto para el primer pensamiento que tienen en su día de franco los otros.

Con certeza pensaron en vagabundear,
un poco horrorizados, al espiar las calles, de encontrarlas en estado de feto,

recién por existir.

Esto me recuerda algo lo que narra mi hermana las veces que la acompaño hasta la puerta

de la parroquia; cuando entraba a UCI
sus canarios le dijeron en coro a nuestro padre que ya era completamente libre,
sobre todo y únicamente de cantar.

Quien camina, por supuesto tararea,
desde luego la letra esquiva de canciones extranjeras
y como no entiendo nada, pero converso por tiempo indefinido amablemente
con sus palabras, puedo denominarme un chofer.

El taxista de a pie,
con sus gringos, las estupefacciones.
Ellos preguntan si asimismo yo soy siquiera un poco libre
pues cada vez que sigo a ciegas la libertad, cojo a la derecha por O’Hara, entro al pasaje

de las cafeterías y desemboco directo frente al mar.

Cambiemos de ruta, nada más por estética.

Todos tenemos una deformación craneana por una misma resonancia: una vida que se inicia en la ribera.


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