martes, julio 22, 2014

Satélite Neanderthal

SATÉLITE NEANDERTHAL


Todo se agita en fosfeno

en eco
de hipnosis

en los piercings de rosa
tajados en el cielo

fuma pirita Cabeza de Venado

hasta eclipsar
dos enanas blancas.

Sus ojos telescópicos abiertos

hasta el tope

lubrican cromagnones

que copulan en palabras

cuando éstas se disfrazan
de satélite neanderthal.

Trazos de liana ecualizan la noche

sin develar ningún misterio

en el gesto infinito de un macho beta:

en eco de venado


no cabrías en un haikú.


lunes, julio 07, 2014

Cuatro Poemas de Álbum Iscariote, por Julián Herbert

La Agencia Federal Reforestadora de Símbolos se complace en presentar estos cuatro poemas de Álbum Iscariote de Julián Herbert (Editorial Era, 2014).


EPISODIO 1

Queda (pero dónde) lo que no se compara: la metáfora de sí.



ANÍBAL SUPERSTAR

Yo no sé como amar a un elefante.

Me da igual si lo dijo Daktari
Yvonne Elliman
P.T. Barnum
la mamá de Dumbo meciendo al cachorro a través de los
         barrotes de una cárcel con ruedas.
Tito Livio en sus Décadas de la historia romana
wikipedia
cualquier otra siniestra criatura que hoy le informa a
         este mundo hacia dónde
sopla el nudo corredizo:
yo no sé cómo amar a un elefante.

He cambiado.
He cambiado un spot por una
quemadura.
La quemadura es el lenguaje con que juro, manos
         abiertas sobre el hielo.
La quemadura máquina de guerra,
huellas de paquidermo sobre la nieve de los Alpes.

Soy un guardián y dos cabezas.
Con la primera perdí dos guerras púnicas.
Con la segunda triunfé en la batalla de Cannas.
Sueño todas las noches con
mi hijo. Yace
sumergido en su madre; es
un gladius o un diente empollado
o una bolsa de transfusión.

Sueño que una serpiente de leche bronca y sombrero
         duerme debajo de mi studio couch.

Sueño estúpidos colibríes secuestrados por el ámbar
         tragaluz de una mansión en ruinas.

Sueño que juntos apaleamos a una adúltera llamada
         Escipión el Africano.

Mi hijo, rayo púrpura en la mano de Baal,
atraviesa la nieve
armado de su lanza y montando un elefante.
Yo lo espero en el quirófano: cuatro cambios
de ropa, toallas húmedas, una
mantilla blanca.

Y ahora el circo: grandes masas de carne machacada en
Sagunto, Ilíberis, Ruscinón.

Y ahora precipicios: las piernas de mi mujer abiertas a
la masacre.

Y ahora –me indica lo que llaman
el destino (voz en off; locutor; una
antístrofa)–
el mensaje de nuestros patrocinadores:


Según algunos, habiendo reunido a
los elefantes en la ribera del Ródano,
irritado el más furioso de ellos con
su conductor, lo persiguió en el agua,
por lo que el hombre huía a nado, de
modo que arrastró dentro del cauce a
todos; ahora bien, en cuanto cada uno
de estos animales –que tanto temen al
agua profunda– perdió pie, la misma
corriente lo llevó a la otra orilla. (Tito
Livio)

Turba de aminoácidos tu nombre,
Aníbal,
yerno de Asdrúbal, hijo
de Amílcar Barca.

– 


EPISODIO 3



Hay un parque temático pero no diré dónde.
Ya no trabajo aquí.*
Traigo en la alforja noticias criminales.
Una carcajada entre las butacas del Eclesiastés.
Agencia Federal Reforestadora de Símbolos.


* Eduardo Milán



11 
(Fragmento de “Tira de la peregrinación”)




Muy apreciable Sra. Alegoría:

Yo sé que Usted nunca
Podrá leer esta carta.
Entre otras razones,
Porque no es una carta.
Es una sinécdoque
De Usted. Es casi una
Alegoría. Si decidí
Escribirle no fue por
Pasatiempo. Llámelo
Decepción desesperada.
No puedo conectar con
Quien está al otro lado de
La línea (finjo que Dios
O mi país pero son 3
Amigos, son 3 ejectutores
De sentencia, son yo le-
Yendo débilmente a otros)
Sin cruzar por Usted.
Sin ser su territorio.
Para tratarse de alguien
Sin dirección postal
Es Usted muy metiche.
Sucede que leí (débil
Mente, de entiende) un
Poema de Bernstein.
Y decidí imitarlo. En él,
Charles se dirige a la fo-
Tografía de un Fanelli
Colgada en la estación del
Metro (me recordó las lijas
Técnicas Fandeli de Gerardo
Deniz). El texto es una sarta
De encantadoras nimiedades.
Me habría gustado hacer
Lo mismo. Pero la nimie-
Dad más clara que sucedió
anoche a 20 metros de mi
Casa tenía un sonido dema-
Siado alto, demasiado breve
Para ser una palabra. Las
Nimiedades que suceden a 50,
A 100 metros de mi casa re-
Quieren un lenguaje natural-
Mente oportunista que, de
Ser posible, me gustaría evitar
(lo que hasta ahora no consigo).
Mi deseo era dirigirme a Usted
Sin alegorías de por medio, sin
Ironía, sin espectaculares habili-
Dades perceptivas. Preguntar:
¿Qué putas será este bicho
Enmarcado por un círculo de
Puntos? ¿Es un conejo? ¿O es
Una araña? ¿Su cuerpo tie-
Ne lomo o aguijón? ¿No le
Parece sospechoso que al
Otro lado de la página haya
Un remo tendido sobre una
Barca, un remo que parece
Más bien una escoba, un remo
Y una barca que –si los juntamos
Con los simétricos pies que in-
Veteradamente se desplazan
Por encima– dibujan una sar
Cástica carita [sic]?... Y así, po-
Dría seguir hablando con Usted
De nimiedades alegóricas
Toda la noche, e incluso de
Cuestiones más sutiles, por
Ejemplo mi imposibilidad
De traducir al español y con
La zurda el caligráfico pie tan
English-like, mientras allá
Afuera explotan esas otras ni-
Miedades no alegóricas de-
Masiado altas y breves para
Caber en este signo, esta si-
Nécdoque de Usted: una carta.



miércoles, julio 02, 2014

Dos poemas de Clayton Eshleman

Estos poemas de Clayton Eshleman (Indianápolis, 1935), en traducción de José Manuel Velázquez, aparecen en el libro Sealoque (Whatever), Mantis Editores, 2013.



Portrait of George Dyer talking (1963), tomado de aquí.


ESPÍRITUS EN LA CABEZA

[Estudios de Bacon]

¿Quieres recuperar la integridad original?
Entra de nuevo al caos.
Asesina tu propia existencia profana.
Vuélvete una calavera de chocolate, envuelta en paños
            blancos, los dientes cocidos, cuencas de cáscara
            cerrada.
¿El instante de la aurora previo a la existencia?
La muerte es un rito de pasaje, no un fin.
En el vuelo, la erección se vuelve El Árbol de la Vida.
Soy un cuerpo posado en el follaje de mi esqueleto
            desperdigado.
Del barro bajo las uñas de Satán hice un túmulo
            donde descansar.
Un animal entra en una cueva y emerge transformado
            en hombre.
Un hombre entra en una cueva y deja su animal en
            el muro.
El animal en el muro: cosméticos de tierra, cosmoéticos,
            maquillaje en el espacio interior.
Espíritus de la cabeza.
Ceja de madera sin lijar.
Mi ojo izquierdo un rubor de sangre y esperma.
Esfera ocular: un conejo hecho bola en una jaula.
Un jalón de pelo mohawk almidonado con hollín.
La cabeza interior, versión apaleada de alguien más.
El trancazo en la mandíbula, un puñetazo en la
mandíbula masculina, bala castrada de la
mandíbula prognata.
Ojo como un cráter lunar.
La diana del ojo.
Ojo cerrado bajo un cerebro que enciende géiseres
y escinde fontanelas.
Yo no tengo mandíbula y tengo largas, largas
orejas, mi garganta se extiende hasta mis ojos.
Espíritus de la cabeza.
Mostacho de marga y baba.
Cara de olas, de multitudes serpenteantes.
Cara pajarera, aguilera de mapaches y búhos.
Rabillo del ojo, arena movediza de una mirada.
Y, entonces, George Dyer –un espíritu de la cabeza
            si alguna vez hubo alguno–
volteado para mostrar en perfil
el desenraizado, continente excavado por un
colmillo de su cara,
asunto vendado con párpados y bigotes.
Dyer muerto, con labios de abejorro.
Dyer con un cono de nieve de sangre de nariz hurgada.
Cráneo con nimbos de acero alemán y oro.
Feliz navidad, Sr. Desorden, estoy aquí para
interrogar los nimbos de sus pulmones.
Aquí para engastar sus costillas con botones de
metal, solapas de terciopelo.
Cabeza en división rotacional, un solo ojo, boca y
            terrina de orejas.
Dios se ha retraído del Cráneo del Diablo,
            desde donde dispara telarañas al culo
            de la humanidad.
Dentro de la cara, el Bosco trabaja el surtidor: la boca
            acuchillada hacia el ojo, el ojo moreteado, jardín
            encurtido de amanitas trituradas y sables ciegos.
Pozo de la cara, cementerio enfrentado al caos.
El cerebro como una tina de médula llena con las
            manos rebanadas de científicos.
Cabeza de hueso, de espíritu, cabeza irrompible.
Cabeza destruida e intacta como huevo de granito.
Linchado cuello de lenguas amontonadas invisible a
            los niños que prenden fuego a sus dedos del pie.
Mosca del ojo humano, taciturna mientras excreta.
Zapato de nueve de la boca de George Dyer plantado
            en el hielo.
¿Cuánto blanco puede soportar una cabeza? ¿Puede
            asimilar la supremacía, el cielo? ¿Puede enfrentar
            el enrojecido campo de batalla de la mirada
            de tenazas de hombre envalentonado con su
            hermano?
¿Puedo hacer el ladrido indecible para verificar que
el blanqueamiento racial nunca tuvo éxito en
ponerle puertas a la comunidad de las almas?
Cabeza en su cuerpo de cabello, cabeza homuncular,
            mirada alquímica de un cuerpo de cabello a
            través del cual la masilla del rostro se tritura.






Three Studies for Portrait of Henrietta Moraes' (1963), tomado de aquí.


ESTUDIOS DE BACON (IV)

“Bacon, el cazador de cabezas”


Los retratos de Bacon (cabezas) están hechos de semen, sangre y hollín.

La cabeza de George Dyer –cazada implacablemente en los años 60– se compone de maltratados tornillos irregulares, trozos de roca embarrados de semen, cuencas llenas de hollín empaquetado, la cabeza como un cuerpo, calcetín tiznado de sangre y esperma.

Rostros donde un perro se sacude contra la correa mientras intenta darle la vuelta a la cabeza perrera.

Cabezas enjabonadas con blanco, como si el cerebro fuera semen, como si la extensión del lugar de la vida fuera la médula en los huesos masculinos.

George Dyer sin conocimiento de quién es él,
escoriado metal, mineral castigado,
ronquido en choque, en estrés disimulado,
helada carne azul, una nariz anal rosa enrollada,
sin conocimiento de quién es,
mentón que gotea heces,
con no cimiento, no es.

La cara de Isabel Rawsthorne, sibila y gato de callejón.

Rawsthorne como una cabeza de cuero o como una cabeza de colmena de pelo en un pequeño cuerpo de cabello, carne torcida como por una navaja rotatoria.

Hay un museo de policía en el cabello gore magenta y negro de Henrietta Moraes, envuelto por todos lados y enroscado en su cráneo.

Bueno, ¿es cruel o no ver un “hombre elefante” en un rostro amado? ¿O lo es aceptar la oportunidad y el destino que trepó a bordo de la balsa fetal del modelo?

¿Deshonra uno la sexualidad al ver la cabeza como tripa genital? ¿Bacon clava, en efecto, agujas vudú en sus retratos? ¿Está diseñada su arremolinada bravura para eliminar el dolor de estas cabezas trofeo?

En techumbres de sangre, semen y hollín, la existencia se para de frente sobre la carga de profundidad de la ausencia absoluta.

¡Ah, el agua de seltz del ser, la carbonatada, antigüedad carbonífera del siempre evaporado ser!