lunes, febrero 17, 2014

Cuatro poemas de Adam Zagajewski

POETAS FOTOGRAFIADOS

Poetas fotografiados
pero nunca
cuando ven realmente,
poetas fotografiados,
estantes con libros como fondo,
pero nunca en la oscuridad,
nunca en silencio,
en la noche, en la incertidumbre,
cuando vacilan,
cuando la felicidad, como el fósforo,
cubre la cerilla.
Poetas sonrientes,
tranquilos, cultos.
Poetas fotografiados
cuando no son poetas.
Si supiéramos 
qué es la música.
Si lo entendiéramos.




SI FUERA TOMAŽ ŠALAMUN

Si fuera Tomaž Šalamun,
tal vez estaría siempre contento.
Bailaría por la noche largo tiempo en el Mały Rynek
al compás de una melodía que nadie sabría reconocer.
Interpretaría la Quinta de Mahler al acordeón, con alegría.

Pero qué le voy a hacer, soy un introvertido
que devuelve demasiado tarde los libros a la biblioteca
y a veces envidia a los protagonistas de la vida:
socorristas bronceados de las playas en agosto.
Hablaría mucho tiempo de esto.

Una cosa es segura: no soy Tomaž Šalamun.
A Tomaž se le concedió el don de dos imaginaciones:
la eslovena y la mexicana, y con ellas hace malabarismos
a una velocidad asombrosa,

pero no soy un eterno estudiante de estenografía
que intenta entender cómo la muerte entra en casa
y cómo sale de ella, vuelve de nuevo,
y cómo la vence una chica llena de pecas
que recita a Dante de memoria,

y también busco la llama del entusiasmo
en cualquier sitio, incluso en un cine barato,
en el tren y en casi cada cafetería
(pero esto más que separarnos, nos une).

Si fuera Tomaž Šalamun,
haría locuras sobre una bicicleta invisible, 
como una metáfora liberada de la jaula del poema,
insegura de su libertad,
pero contenta del movimiento, del viento y del sol.

(recuerdo cómo alguien nos gritó
quizá en Münster: «¡Ánimo, poetas
eslavos, sólo el tiempo os vencerá!»,
y tú hiciste una mueca como si quisieras decir,
a ver, tranquilo, tal vez ya sea demasiado tarde).



NUBE


Los poetas construyen una casa para nosotros, pero ellos
mismos no pueden vivir en ella
(Norwid en un asilo, Hölderlin en una torre).

Al alba hay niebla sobre el bosque, 
un viaje, la ronca llamada del gallo,
hospitales cerrados, confusas señales.

Al mediodía nos sentamos en un café de la plaza,
observamos el azul del cielo
y la pantalla azul del portátil;

un avión escribe un manifiesto de aviadores
con una letra blanca, clar,
perfectamente legible para los présbitas.

El azul es el color que de buen grado
promete grandes acontecimientos,
y después ya sólo espera, espera.

Se acerca una nube plomiza,
las palomas aterradas alzan el vuelo
torpemente en el aire.

En oscuras calles y plazas
se congregan la tormenta y el granizo,
y no obstante la luz no muere.

Los poetas, invisibles como los mineros,
escondidos en las excavaciones,
construyen una casa para nosotros:

levantan altas habitaciones
con ventanas venecianas,
fantásticos palacios,

pero ellos mismos no pueden
vivir en ellas:

Norwid en un asilo, Hölderlin en la torre;
un piloto solitario de avión de reacción
tararea una canción de cuna: «Despiértate, Tierra».



CARROS


Unos carros llenos de heno
abandonaron la ciudad
en el silencio más profundo.

Cautas miradas tras las cortinas.

Una mañana vacía como una sala de espera.

El crujido de las hojas en el archivo;
los hombres calculan pérdidas.

Pero este mundo.
Las maletas ya están listas.
Canta para él, oriol,
baila para él, joven zorro,
detenle.


* * *

Poemas tomados de: 
Zagajewski, Adam, Mano invisible, trad. de Xavier Farré, 2012, Acantilado, Barcelona 2012.





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